La ciencia biológica como justificadora de verdades opresivas del patriarcado moderno



La libertad del ser humano, como es concebida en la actualidad, tiene su origen en la Ilustración. Desde la Modernidad, la libertad toma un papel crucial en el discurso social, económico y político ya que promueve la igualdad de los seres humanos. Una de las grandes problemáticas sobre la libertad es el reconocimiento de todos los seres humanos como individuos y el cuestionamiento recae en la pregunta ¿cómo podemos determinar la libertad de los seres humanos? y ¿quiénes y por qué son dignas de ella? 

En la sociedad antigua, donde la burguesía y la religión eran las pautas para determinar la desigualdad entre los seres sociales, Locke levanta la voz y pretende cambiar la ideología al considerar un punto de inflexión importante:

“Para entender el poder político correctamente y para deducirlo de lo que fue su origen, hemos de considerar cuál es el estado en que los hombres se hallan por naturaleza. Y es éste un estado de perfecta libertad para que cada uno ordene sus acciones y disponga de posesiones y personas como juzgue oportuno, dentro de los límites de la ley de la naturaleza, sin pedir permiso ni depender de la voluntad de ningún otro hombre”.  

La naturaleza de los seres humanos es tomada como parteaguas para asegurar una igualdad entre pares ya que las razones sociales de desigualdad no cobran sentido en un estado de naturaleza pura. Cuando todos los seres que habitan una sociedad se encuentran desasociados del sistema de clases, la naturaleza parece ser lo único que rige la libertad del ser humano. Como dice Cobo: “En la naturaleza del hombre no está escrito que nadie deba ser esclavo o inferior a otros hombres”.  La naturaleza asemeja ser el estado de plena libertad donde las inferioridades sociales quedan en segundo plano y se asegura que todos los participantes cuenten con las mismas capacidades de interacción con el resto de las personas. 

Esta conceptualización inicial del estado de naturaleza como libre de los yugos sociales, económicos y políticos deriva en la capacidad de los famosos ‘hombres ilustrados’ de conseguir encausar sus luchas y sus expectativas sociales hacia una democratización de la palabra y de la razón. Se distingue en este momento dos estados diferentes de acción del ciudadano: el de lo público y el de lo privado. Kant nos dice: “El uso público de la razón siempre debe ser libre, y es el único que puede producir la ilustración de los hombres. El uso privado, en cambio, ha de ser con frecuencia severamente limitado, sin que se obstaculice de un modo particular el progreso de la ilustración”.  Esta dicotomía entre lo que es público y lo que es privado genera una revolución del pensamiento social y político en el siglo XVIII en Europa. La libertad se asocia con el discurso público y la capacidad de trascender en las personas que comparten esta esfera. Mientras que el discurso privado encasilla el razonamiento y limitan la libertad de expresión a un espacio que se asocia, desde ese momento como opresivo. 

Para Arendt hay una distinción esencial. Lo público significa “que todo lo que aparece en público puede verlo y oírlo todo el mundo y tiene la más alta publicidad posible”.  El que aprisiona el conocimiento y se aleja de la interacción locutora y oyente de lo que sucede en su sociedad está destinado a ser exiliado de la colectividad. La capacidad de volverse público e interactuar con lo que habita en esta esfera es lo que permite ser considerado como sujeto de derecho. En cambio “vivir una vida privada por completo significa por encima de todo estar privado de la realidad que proviene de ser visto y oído por los demás, estar privado de una ‘objetiva’ relación con los otros”.  Sin relaciones sociales, no se puede hacer una denominación de individuos ante la sociedad y la pertenencia a la ciudadanía se diluye en la privacidad del ser humano. 

De esta forma, la Ilustración parece ser un escenario de plena interacción social que permite a los seres que habitan en ese régimen público la posibilidad de existir como individuos reconocidos con derechos y obligaciones. Supone ser un movimiento emancipador del ser que se libera del yugo de las jerarquías que lo aprisionaban y se apoderaban de su existencia misma. Pero la ilustración también es la consolidación de una nueva clase dominante fuera de la burguesía y la estructura previa a esa emancipación, el hombre por encima de las y los demás.


Foucault, en ‘Historia de la sexualidad I’, descubre un fenómeno muy interesante que alimenta este concepto de existencia en la esfera pública de los siglos posteriores a la Ilustración. Es en este momento de supuesta libertad e igualdad entre los seres humanos que habitaban Europa en esa época en la que también se instaura una nueva necesidad de control y de ejercer poder sobre las mismas personas que se encontraban en la emancipación absoluta ante las instancias de poder previas. La necesidad de saber más sobre los seres humanos, escuchar todo lo que tienen en su interior para desintegrar la esfera privada como sitio de opresión, construye una nueva forma de reconocimiento de lo que habita dentro de los propios seres humanos. La sexualidad se convierte en un centro de atención para las distintas instancias de poder que se estaban generando, y ¿qué instancia de poder mayor para los ‘hombres ilustrados’ que la razón?, aquella que todo lo libera.

A partir de la necesidad de conocer las prácticas sexuales de los seres sociales se construyen lo que Foucault reconoce como ‘técnicas polimorfas del poder’, es decir, maneras de conocer los discursos, canales, conductas y caminos que le permitan al colectivo de la ‘razón’ seguir ejerciendo su dominio sobre las pocas esferas privadas que quedan y encarnizarse ahora fuera de los conceptos religiosos y opresores que existieron durante siglos. Ahora no se buscará la opresión directa e intolerante de la religión, ahora se debe considerar a la razón propia del ser humano como aquella que gobierne e imponga, desde la supuesta tolerancia y el conocimiento puro, para construir una ciencia de la sexualidad, una ciencia que dicte todo lo que tenga que ver con ella. Foucault nos dice: “Nace hacia el siglo XVIII una incitación política, económica y técnica a hablar del sexo. Y no tanto en forma de una teoría general de la sexualidad, sino en forma de análisis, contabilidad, clasificación y especificación, en forma de investigaciones cuantitativas o causales”.  Se debe de hablar del sexo lo más que se pueda, pero no con la bandera del libertinaje irracional, sino con la libertad racional; entendiéndolo, estudiándolo, deduciéndolo, estimándolo, pero también controlándolo y regulándolo por el régimen dominado por los hombres libres e iguales. Así un nuevo orden surge para determinar la división clara entre lo lícito y lo ilícito. Una gestión a cargo de los ‘hombres ilustrados’.

Las ideas roussonianas toman partida en el ámbito común y también en el ámbito científico. Estas ideas de hecho sirven como parteaguas para generar la estructura social que más adelante dominará durante siglos y seguirá ejerciendo su mandato sobre los individuos.

El estado de naturaleza manejado años antes por Locke y Kant es recuperado por Rousseau en toda su tesis. Para Rousseau, como para Locke, el estado de naturaleza es esencial para entender la libertad y le sirve como punto de partida para generar sus ideales revolucionarios, liberadores, igualitarios y democráticos. El gobierno del régimen instaurado en ese momento por la burguesía puede ser incautado por el pueblo libre e igualitario. 

Para Rousseau el estado de naturaleza nos libera porque nos pone como iguales y elimina las diferencias de clases que gobernaban en ese momento en Europa. La racionalidad es su punto de partida y concreta el hecho de que, al ser todos iguales de forma natural como seres biológicos, entonces también tenemos igualdad de derechos y de libertades en el estado social. Como dice Cobo: “El concepto de naturaleza roussoniano opera como paradigma legitimador. La naturaleza es el bien que ha sido ocultado para la historia humana y la cultura es el reino del mal, al haber enmascarado la auténtica naturaleza del individuo”.  La auténtica naturaleza del ser humano nos hará libres mientras que la cultura aplastará a unos sobre los otros.

Rousseau usa el concepto de hombre natural como hombre original o biológico, pero la concepción de Rousseau tiene un fallo sustancial en su percepción del estado de naturaleza. La forma de reconocer el estado presocial tiene atravesado un concepto de la forma de vivir de los seres humanos en libertad que desprestigia la libertad igualitaria entre todos los individuos de nuestra especie. 

“Rousseau investiga al hombre biológico; para eso inicia una operación de desenmascaramiento del hombre social. Le despoja de todos los atributos y propiedades sociales hasta hallar un ser puramente biológico; le desposee de la razón y se encuentra con el instinto; le despoja del lenguaje y se encuentra con un individuo que no necesita comunicarse; le quita las necesidades culturales y sólo encuentra necesidades biológicas".  

Las necesidades supuestamente biológicas y el encuentro de la naturaleza de los seres humanos generan en el pensamiento roussoniano una base para construir su ideología de libertad, pero la construye desde una segunda categorización que denomina como superior sobre la otra. La diferencia de ‘sexo biológico’ se vuelve un rasgo que para Rousseau es fundamental al momento de construir la sociedad supuestamente igualitaria del contrato social. 

De acuerdo a Amorós, para Rousseau “las mujeres se volvieron más sedentarias y se acostumbraron a guardar la cabaña y los hijos, mientras que el hombre iba a buscar la subsistencia común. Las mujeres habrían intercambiado con los varones servidumbre por protección”.  El hombre natural se aseguró del espacio público como su estado de naturaleza y la mujer natural se tuvo que conformar con el espacio privado. Ante esta cuestión y con las ideas y diferenciaciones antes vistas entre lo público y lo privado para la ideología Ilustrada, es muy conveniente el encarcelamiento de las mujeres en lo doméstico como el lugar natural para ejercer su estado de naturaleza. Explícitamente Rousseau dice: “Satisfecho el apetito, el hombre no tiene ya necesidad de tal mujer, ni la mujer de tal hombre. Éste no se preocupa lo más mínimo de las consecuencias de su acción, de las que tal vez no tiene siquiera la menor idea. Uno se va por un lado y otro por otro y no parece verosímil que al cabo de nueve meses se acuerden de haberse conocido”.  La situación social que afrontaba la mujer en una clase social desprestigiada durante la revolución francesa y que se ejerció desde tiempos inmemoriales, se contextualiza a un sistema biológico supuestamente natural que se delimita como la fuerza creadora de esta disrupción social. La igualdad de las clases sociales para Rousseau, implica una desigualdad social hacia las mujeres para que se mantenga estable la cadena de poder. Entre mayor sea el yugo que sostiene a las mujeres en lo doméstico/privado mayor será la capacidad de libertad del hombre para poder encontrarse en la esfera pública. Las secuelas de esto será la generación de un imaginario colectivo que oprime a la mujer ya no en el inconsciente, sino ahora en la razón con un fundamento en su naturaleza y en su originalidad supuestamente inferior. El patriarcado moderno se construye de esta forma y permite la opresión ahora fundamentada en la necesidad de libertad de los hombres ilustres y racionales.

Rousseau, a pesar de esto, no será el que permite el establecimiento y la dispersión global de esta idea. Los ideales franceses pueden estar muy lejos de poderse impregnar en todas las sociedades de esta manera, pero existe un aparato que se entrelaza con esta necesidad de libertad y racionalidad, con la solicitud de una normatividad y de sistemas de verdad; el régimen estructurado y de comunicación lo tiene la ciencia y la enseñanza de la ciencia. 

Ya Foucault nos había planteado el desarrollo de una scientia sexualis que ejecutara intrínsecamente en los seres humanos (‘racionales’) todas las posibilidades de verdad acerca de las antiguas prohibiciones sexuales. La ciencia del sexo atravesada por el patriarcado moderno, se convierte en el estandarte justificador de las desigualdades supuestamente naturales. La construcción del modelo ilustrado se completa.

El sexo como construcción normativa ha podido edificarse desde la Ilustración gracias a la total dominación del patriarcado como régimen social, político y económico. La principal aportación de la Ilustración en este sentido es la de señalar la necesidad de unir la ciencia y la sociedad. El sexo se reglamenta con discursos útiles, ¿para quién?, para el régimen que se está construyendo en el ambiente público. El sexo se administra y, por supuesto, se administra desde una perspectiva genuinamente patriarcal. Se inserta en sistemas de utilidad para el régimen opresivo de la mujer y, además, engendrado desde la educación de los niños y niñas o adolescentes. La estructura que Rousseau deseaba se expande en la sociedad y se introyecta hacia cada uno de sus residentes.

Lo que se genera es la concepción de que existen dos estados de naturaleza, dos espacios sociales y dos contratos entre los que habitan esos espacios. El contrato social no es posible si previamente las mujeres no han sido sujetadas mediante el contrato sexual. Ese contrato da origen al derecho patriarcal que Rousseau traslada al estado social con el fundamento de un supuesto origen natural. Realmente “Rousseau no constata diferencia entre la naturaleza femenina y la masculina más allá del hecho biológico de la procreación” , sin embargo, consigue delimitar estos dos estados como extremos de distinción. La ciencia que sucede posterior a este momento particular de la historia será la encargada de justificar y mantener el contrato de sujeción patriarcal sobre la mujer.

Después de la Ilustración nace el análisis de las conductas sexuales, en el límite entre lo económico y lo biológico se instaura una explosión discursiva que toma como base la ciencia para modificar el sistema hacia uno más provechoso y racionalizado. Dice Foucault: “Todo a lo largo del siglo XIX, el sexo parece inscribirse en dos registros de saber muy distintos: una biología de la reproducción que se desarrolló de modo continuo según una normatividad científica general, y una medicina del sexo que obedeció a muy otras reglas de formación”.  Lo importante es construir, sin prejuicio alguno de enmascarar la supuesta verdad de las cosas, una justificación razonada naturalista con metodología, con estadística, con experimentación, objetiva y verificada que la legitimen ante la sociedad. Pero a Foucault le falta ver, además de los sistemas de poder que describe, una ciencia de la sexualidad que ejerce la capacidad supuestamente objetiva de configurar los ideales ilustrados de opresión de un sexo sobre el otro. La sociedad cientifizada no rechaza con su objetividad las ideas de desigualdad sexo/genéricas de la ilustración, al contrario, conforma un aparato para producir discursos de verdad sobre esas ideologías de género utilizando la naturaleza como acreditación de sus teorías. Las ciencias biológicas se convierten en el mayor refugio de conocimiento de las ideas patriarcales roussonianas y permiten el establecimiento jerárquico en el estado de naturaleza que los políticos, sociólogos, economistas y filósofos de la época ni siquiera pudieron imaginarse.

La ciencia se considera objetiva y neutra para determinar los fenómenos naturales como simples hechos fuera de la consciencia humana, pero también los discursos científicos tienen un rasgo patriarcal cuando son generados dentro de un entendimiento de razón, igualdad y libertad incitados con el concepto de sumisión de la mujer hacia el hombre. Este discurso es productivo para los ideales de la Ilustración ya que justifica la desigualdad y la apropiación del espacio público por los hombres por medio de la razón. Los pequeños estratos de dominación a los que los hombres podían acceder se masifican al momento de enlazar los ideales políticos, sociales, económicos y filosóficos de la Ilustración, con la ciencia biológica del sexo.

Muchos dirán que la ciencia no tiene como objeto plantear desigualdades sociales ya que no es subjetiva y se maneja en un estado de plena neutralidad sobre los objetos que describe. Como dice Gilligan: “Incluso dentro de la ciencia […] encontramos parcialidad en cuanto al género, de forma que las teorías científicas, en tanto que construcciones humanas, no son tan neutrales como se pretende, pues, ciertamente, estamos ‘acostumbrados a ver la vida a través de los ojos de los hombres’ ”.  Las construcciones sociales que se generan en la Ilustración hacia el sistema social y político también trascienden los espacios supuestamente objetivos de la ciencia. 

Desde el siglo XIX y hasta la actualidad ha habido un aumento en los discursos científicos biológicos dedicados a esclarecer la división supuestamente natural de los sexos de nuestra especie. Las metáforas biológicas surgen como una forma de reincorporar el poder de unos sobre los demás atribuyendo un género (y características culturalmente asociadas a esos géneros) a objetos o procesos biológicos que no están intrínsecamente sexuados. Hormonas femeninas y masculinas o estados pasivos y activos en procesos que no tienen esa denominación naturalmente, sirven como parteaguas para que los ideales ilustrados se construyan y se sustenten con una base científica, racional y supuestamente objetiva y neutral. 

La teoría del hombre-cazador, por ejemplo, es una teoría desarrollada en los años 60’s en la que se asume que las divisiones de labores de los géneros masculino y femenino son características determinadas en las condiciones naturales. Los machos, más fuertes y grandes, que salían a cazar y viajar largas distancias y las hembras, débiles y pequeñas, que eran responsables de la colecta de plantas y del cuidado de las crías tenían labores diferenciadas en su estado natural. Esta teoría ya era planteada desde el siglo de la ilustración por Rousseau desde un punto de vista socio-político y es recuperado 200 años después con una justificación biológico-evolutiva-adaptativa cayendo en la misma falacia que se había generado en un primer momento.

Rousseau sostiene que el estado de naturaleza es lo que permite la desigualdad social, los científicos del siglo XX corroboran su ideología basándose en esa misma ideología ilustrada, interpretando las condiciones naturales con su ideología patriarcal sin ninguna prueba más allá que la correlación que ya previamente Rousseau había hecho. Este pensamiento recursivo y circular genera un estancamiento del conocimiento científico verdaderamente objetivo y sólo reivindica y afianza las estructuras patriarcales que distancian más a las mujeres y demás géneros de la igualdad con los varones y de su libertad de derecho en la sociedad misma.

El ejemplo del hombre-cazador es sólo uno, pero Hankinson  hace una recapitulación de muchas otras teorías con metáforas biológicas que están atravesadas por el discurso de poder basado en la violencia de género. La teoría de selección sexual, la  teoría del cazador-recolector, la teoría de la inversión de los padres, la teoría de la poligamia masculina y de la monogamia femenina, la teoría de la promiscuidad masculina, la teoría del dimorfismo gamético, la teoría del determinismo genético y biológico por el cromosoma Y, la teoría de la bella durmiente (el óvulo pasivo esperando al espermatozoide activo), la teoría de la agresividad de los varones por causa de la testosterona, la teoría de la denominación sexo/género hormonal, las teorías hormonales que generan prácticas y tratamientos en mujeres más que en hombres, la teoría de la invalidez femenina, la teoría de la histeria femenina, la teoría de la menstruación como fallo de la fecundación, la teoría de los cerebros sexuados y la teoría de la evolución psicológica de cada sexo biológico son sólo algunas de las más importantes en este sentido. Todas ellas construyen una cultura sustentada supuestamente por un carácter científico que sigue generando dominación de un género sobre el otro y sobre otros géneros asociados a esa supuesta feminidad. 

Grupos feministas se han hecho cargo de desestructurar los conceptos que se han impregnado en la ciencia biológica como técnicas polimórficas de poder y que se ejercen desde todos los ámbitos para que la educación de los niños y de las niñas y demás géneros sean distintas. Hasta que todos estos conceptos justificadores de violencia de género con un sustento naturalista basado en la supuesta condición natural del ser humano no sean desterrados del imaginario colectivo como generadores de derechos, libertades e igualdades en la sociedad, no podrá dejar de existir un régimen totalitario y opresivo de un género sobre los otros. Puleo dice: “No se trata de un rechazo fanático y en bloque de la ciencia y la tecnología, sino de la fundada sospecha de que, detrás del discurso (pseudo)científico y de muchas innovaciones tecnológicas lanzadas al mercado, hay intereses ocultos y parciales, involucrados en relaciones de poder y contrarios al bien común”. La pseudociencia también puede alcanzar a la ciencia cuando se plantea bajo regímenes opresivos construidos en la sociedad. El patriarcado seguirá ejerciendo su poder hasta que la ciencia no pueda liberarse también de su yugo y pueda generar discursos sin condición de género y con el simple objetivo de seguir describiendo el universo y ejerciendo sus saberes para construir una sociedad más igualitaria, no para generar desigualdad por estar incautada en las ideas de igualdad y libertad realmente opresivas que se generan por los hombres patriarcales de la Ilustración.


Bibliografía:

Arendt, Hannah, La condición humana, Barcelona, Paidós, 1933, pp. 95.

Cobo, Rosa, Fundamentos del patriarcado moderno. Jean Jaques Rousseau, Valencia, Ediciones Cátedra, 1995, pp. 269.

Foucault, Michel, Historia de la sexualidad. La voluntad de saber, Madrid, Siglo XXI, 1998, pp. 95.

Hankinson Nelson, Lynn, Biology and Feminism. A philosophical introduction, Cambridge, Cambridge University Press, 2017, pp. 265.

Kant, Immanuel, Filosofía de la historia ¿Qué es la ilustración?, Emilio Estiú y Lorenzo Novacassa (trad.), La Plata, Terramar Ediciones, 2004, pp. 165.

Locke, John, Segundo tratado sobre el gobierno civil. Un ensayo acerca del verdadero origen, alcance y fin del Gobierno Civil, Carlos Mellizo (trad.), Bogotá, Tecnos, 2006, pp. 234.

Velasco Sesma, Angélica, Ética del cuidado para la superación del androcentrismo: hacia una ética y una política ecofeministas, Revista Iberoamericana de Ciencia, Tecnología y Sociedad, nº 31, vol. 11, 2016, p. 195-216.









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