El posthumanismo como trascendencia del transhumanismo



El humanismo ilustrado del siglo XVIII tenía como principal objetivo la transformación racional del ser humano hacia la perfección. Durante siglos, los filósofos han intentado mejorar la capacidad racional humana colocando a la mente como objeto de realización. La mente, para ellos, pareciera ser una entidad manipulable por uno mismo y por las relaciones sociales que se tienen, y que sirve para alcanzar un fin que, incluso, pareciera ser divino. Estas concepciones, casi teológicas, del enfrentamiento del ser humano con su realidad orgánica han dado lugar a interminables experimentos metafísicos y ontológicos para alcanzar la perfectibilidad humana, pero el transhumanismo y el posthumanismo han encontrado un punto de partida novedoso para esa modificación trascendental del ser humano. El transhumanismo desde una perspectiva corporal y fundamentado en la biología orgánica del ser humano y el posthumanismo desde una que, a mi parecer, podríamos llamar mental y psíquica. En este sentido, me parece que debemos tomar en cuenta las implicaciones que pueden tener uno u otro método desde un punto de vista epistemológico para poder enfocar al ser humano en una lucha por encontrar su lugar en el sistema natural que lo relativiza.


El transhumanismo plantea un sistema de superación del ser humano imperfecto a partir del aumento de las capacidades humanas que, biológicamente, parecieran estar sentenciadas a un fin común. Las tecnologías nuevas y el desarrollo, sobre todo, de las últimas décadas de la biotecnología, ha permitido imaginar un mundo donde el ser humano pueda trascender sus limitaciones biológicas. El transhumanismo intenta transformar al ser humano desde su corporalidad para crear al mejor ser humano posible. Por otro lado, el posthumanismo, plantea aumentar de igual forma las capacidades humanas, pero utilizando herramientas ontológicas además de las tecnológicas. Lo importante para el posthumanismo no es tanto la corporalidad como la capacidad humana de concebirse como un ser tal cuál se es.
En este sentido es interesante que planteemos nuestra primera cuestión a tratar. El humanismo es en cierto sentido una búsqueda de transformación del ser humano hacia algo mejor, centrado, generalmente en la perfectibilidad racional sobre todas las demás. Y me gustaría recalcar el uso de la palabra mejor porque se considera que lo mejor para el ser humano ya se conoce. A pesar de esto, los humanistas hacen un juicio de valor subjetivo al plantear que ese ser racional tiene una forma y figura corporal que van de la mano. Así, la búsqueda del ser humano, queda centrada en la forma y figura del ser masculino, de mediana edad, europeo, blanco y de clase burguesa. Leonardo da Vinci lo explica excepcionalmente con el Hombre Vitruvio que plantea las proporciones ideales que un ser humano debería tener y que los humanistas ilustrados de siglos posteriores no dudan en contemplar como su máxima.
Los humanistas ilustrados están buscando un fin que parece ya haberse encontrado y es aquí donde me parece que se puede antagonizar por completo el propósito del transhumanismo contra el posthumanismo. Es cierto que los dos plantean una superación de ese ser humano que los humanistas consideran como ser perfecto. Pero se realizan desde dos posiciones distintas. El transhumanismo intenta superarlo con el uso de la razón sobre nuevas tecnologías que lo mejoren, pero, si se basa todo en la razón, se puede eximir del valor a todo lo que se considere que no lo tiene. Se legitima la exclusión de ciertos grupos por lo que se puede volver racista, colonialista, clasista y sexista; sigue siendo un proyecto excluyente. Lo importante para el posthumanismo, en cambio, es poder entablar un nuevo tipo de concepción de lo que es el ser humano. El posthumanismo intenta dejar de concebirnos desde la otredad y se centra en la inclusión más que la exclusión para poder integrar más y más conceptos de lo que significa ser un ser humano “perfecto”.

Mi planteamiento es el siguiente: desde cierto punto de vista, los dos movimientos son antihumanistas. Uno, el transhumanismo, denigra el proyecto modernista porque plantea límites que se pueden superar y, por tanto, supone que su proyecto es mejor en la búsqueda del mismo ser. El otro, el posthumanismo, lo desacredita porque plantea que no hay un fin que se deba buscar para excluir a los demás, sino que se deben explotar dicotomías marcadas para ingresar a más seres que puedan ser los que trasciendan ese ser humano perfecto y, de esta manera, poder crear una comunidad de seres tan grande como la humanidad misma, que se instauren como una guía para la propia humanidad.
El transhumanismo tiene una relación muy clara con ejercer un biopoder ante otros seres humanos. Antes del humanismo, el ejercicio de poder sobre los cuerpos se daba desde la muerte del ser ajeno y el poder que poseía uno u otro ser para poder determinar ese evento. Con el humanismo y el desarrollo científico-tecnológico ilustrado, el biopoder comienza a ejercerse desde otro sentido:

[E]l cuerpo, considerado mero organismo mecanizado y manipulable, deviene objeto de dominación y nuevo territorio a conquistar por los Estados para regular y controlar a las poblaciones. Ya no se trata de quitar la vida, sino de llevar a cabo distintas técnicas de manipulación, gestión y control de los cuerpos. El derecho sobre la vida y la muerte deja de ser el derecho de matar y permitir vivir para constituirse en derecho de hacer vivir y permitir morir. Esto significa que la dominación moderna se efectúa, o mediante distintas formas de injerencia sobre el organismo biológico para controlarlo, o por una deliberada exclusión de los sujetos considerados prescindibles, que quedan así en situación de desamparo.[1]

Como mencionan Zapata y Villela, el humanismo permitió que el biopoder dejara de ejercerse sobre la muerte de los demás y empezara a ejercerse sobre la vida. Esto condujo a que los cuerpos se convirtieran en algo vital y que, por tanto, se concentrara el uso de la razón en él. La dominación del ser se centra en la biología del mismo y por eso surge un desarrollo tecnológico de toda ciencia que trabaje con él. El transhumanismo mantiene esta misma corriente de manipulación corporal para ejercer un poder sobre ellos. El biopoder ejerce una fuerza útil para desarrollar el transhumanismo desde dos puntos, una biopolítica concentrada en la anatomía del cuerpo humano, que intenta perfeccionar y ajustar a sus necesidades de perfectibilidad, y una segunda biopolítica planteada para el desarrollo de las masas, centrando su fuerza de acción sobre la mejora a nivel de población. La biotecnología, en este sentido, goza de un elemento de control sobre lo que debe ser perfecto y permite a los efectores del transhumanismo controlar la situación humana. Aunado a esto, Zapata y Villela agregan:

La fabricación y uso de prótesis permiten al individuo recuperar y mejorar la función corporal perdida y con ella la promesa de rehacer su vida reincorporándose al trabajo. Sin embargo, esta reposición y mejoramiento funcional coloca bajo sospecha de instrumentación biopolítica a los proyectos protésicos. Esto porque se podría considerar que la forma que han ido adquiriendo las diferentes prótesis responde a un propósito de adaptación del organismo al sistema productivo y a un aumento de la velocidad y la eficacia, que son valores dominantes en las sociedades capitalistas.[2]

El mejoramiento prostético de los seres humanos corresponde a una de las principales herramientas para instaurar el transhumanismo. Pero, es importante considerar, quién está siendo beneficiando con este mejoramiento. Si tiene una causa de mejoramiento como propósito de instauración de un nuevo régimen político, social y económico, que responde a las necesidades del capitalismo voraz, debe ser algo que no resta tener en cuenta. Esto sólo se podrá ver a través del tiempo mientras más ejemplos de sistemas prostéticos se tengan, pero hasta el momento, pareciera existir un acoplamiento de las necesidades médicas con las empresas dedicadas a desarrollar estos mecanismos. Iacub nos dice: “El Estado delega al cuerpo médico decisiones tan fundamentales que crea por ese sesgo un verdadero monopolio de la gestión y la transformación de la vida”.[3] En un intento por mejorar la capacidad de ejercer biopoder sobre los humanos, el Estado y algunos benefactores astutos, podrían posicionar al transhumanismo como su estandarte para ejercer un mayor control del que hayamos visto jamás; un monopolio de la gestión de la vida.
Cabe resaltar que, desde otro punto de vista, con una ideología más libertaria de igualdad social, el transhumanismo intenta que este biopoder se ejerza desde el conocimiento global de las condiciones corporales de toda la especie humana, que cada individuo pueda ejercer su propio derecho sobre su propio cuerpo y que, de esta forma, se elimine el uso del biopoder sobre las masas. Zapata y Villela comentan ante este punto que “la incorporación de la mente en la máquina podría ser considerado un proyecto biopolítico de carácter emancipatorio”.[4] Y agregan que: La tesis central es que el cyborg, a pesar de haber nacido en un sistema capitalista y bélico, tiene un potencial subversivo que nos otorga nuestra mejor arma política, ya que la hibridación hace estallar las dicotomías ontológicas constitutivas de la cosmovisión moderna: naturaleza-cultura, hombre-máquina, humano-animal”.[5] Este punto es muy interesante porque, más que la búsqueda de un transhumanismo que permita la disolución del ser humano tradicional y que lo supere a partir de su mejoramiento corporal, pretende utilizar el mejoramiento corporal como un mecanismo emancipatorio del biopoder ejercido por los contratistas de los cuerpos humanos. Esta percepción tiene una condición de parentesco con la idea posthumanista que a continuación pretendo exponer.
El posthumanismo plantea atacar el problema biopolítico que puede ejercerse desde la trasformación institucionalizada de los cuerpos y de la creación de bioartefactos manejados por el capital. Braidotti dice: “el denominador común para la condición posthumana es la suposición acerca de la vital, autoorganizada y aún así no naturalista estructura de la materia viva en sí misma”.[6] Para los posthumanistas, la condición vital va más allá de la estructura naturalista que se le ha dado al ser humano como ser biológico. La materia posee una vitalidad por el simple hecho de estar autoorganizada, y muy poco puede incurrir o ejercer el ser humano sobre este sistema vivo en sí mismo. De esta manera, en el posthumanismo, más que una búsqueda por el mejoramiento corporal del ser humano como un artefacto que puede ser perfeccionado, se busca un panhumanismo, un humanismo que incluya a más de un tipo de ser biológico dentro de su definición. Braidotti explica: “La perspectiva posthumanista, recae en la presunción de la decadencia del Humanismo, pero va más allá para explorar nuevas alternativas, sin ahogarse en la retórica de la llamada crisis del Hombre. Trabaja, en cambio, en tratar de elaborar alternativas de conceptualización del ser humano”.[7] Braidotti explica cómo el surgimiento del posthumanismo es necesario para contrarrestar no sólo una idea de perfeccionamiento humano, sino que lucha también contra la ideología general de que el hombre blanco, europeo, educado, burgués e institucional es aquel que debe ser construido. Esto, a su vez, es una ruptura directa con el sentido de biopolítica que el Estado ha querido ejercer a partir de la apropiación del cuerpo humano y de sus características biológicas.
Como intenté exponer previamente, esto también quebraría una parte fundamental de la coyuntura que podría estar uniendo al transhumanismo con el posthumanismo. Si el transhumanismo se mantiene como una forma de exclusión de la otredad humana para la búsqueda del perfeccionamiento, entonces el posthumanismo no puede pertenecer a él. Para Braidotti, el humanismo ha divinizado la racionalidad subjetiva de los hombres que la plantearon y en eso radica su desencanto.

La subjetividad es equiparada con la consciencia, la racionalidad universal y el comportamiento ético autorregulable, mientras que la otredad es definida como la contraparte negativa y especulativa. En la medida en que esta diferencia significa inferioridad, adquiere conotaciones tanto esencialistas como letales para las personas que son marcadas como ‘los otros’. [8]

Para los humanistas la otredad es algo que se debe erradicar para conseguir la perfección. En mi opinión, la ideología transhumanista de superación del ser humano hacia un fin, es una conceptualización de la búsqueda del ser perfecto idéntica a las ideas del humanismo ilustrado. La única diferencia consistiría en que, con el transhumanismo, se intenta superar ese Hombre Vitruvio hacia uno que contenga un mayor número de características exclusivas. Un cyborg con bioartefactos que lo conviertan en un ser más instrumentalizado y capaz de acercarse más a la perfección divina que tanto buscaban los humanistas ilustrados. La búsqueda de la inmortalidad, del conocimiento absoluto, de las sensaciones abundantes, de la fuerza máxima y de muchas otras singularidades llegarían a dejar de estar en la ficción y se lograría un acercamiento todavía mayor hacia las figuras divinas que los humanistas tanto deseaban. Pero Iacub menciona algo muy importante:

En lugar de oponerse a los artificios tecnológicos, sería quizá más útil luchar contra los artificios jurídicos que se nos imponen, tan artificiales como ese poder, para tener la posibilidad de inventar el propio cuerpo, su vida, su muerte, su sexo, nuevos procedimientos de procreación, diferentes versiones de lo humano. Pues la potencia de las biotecnologías nos ha vuelto paradojalmente más inmateriales que nunca, permitiéndonos crearnos a nosotros mismos como puros artefactos biológicos.[9]

Para Iacub, es más importante crear una oposición de esos artilugios modificadores del cuerpo y centrar nuestra atención en las imposiciones bioartefactuales que la sociedad actual nos condiciona. De esta forma, la posibilidad de inventar cuerpos propios con las formas y artefactos que se tengan permitirá desarrollar diferentes versiones del ser humano. Esto parece tener una visión más posthumanista de inclusión sobre diferentes cuerpos y conceptos de ser humano y pareciera dar una afirmación hacia la necesidad de inclusión que la ideología posthumanista proclama.
El transhumanismo aplicado a la biopolítica puede ser peligroso si se intenta construir desde la exclusión humanista. La otredad condiciona al ser humano a un solo tipo de perfectibilidad y por tanto puede magnificar los prejuicios separatistas que intentan delimitar la diversidad humana. El posthumanismo parece ser una versión más interesante, ya que permite la inclusión de diferentes modelos biológicos humanos y adquiere un significado de inclusión de toda la especie, pero delimita tecnológicamente algunos aspectos que no permiten la trascendencia total de los bioartefactos humanos. Braidotti nos dice: “Las diferencias sexuales, raciales y naturales, lejos de ser las categorías que limitan al sujeto del Humanismo, han evolucionado hacia nuevos modelos alternativos del ser humano”.[10] No podemos permitirnos una búsqueda de seres humanos perfectos que eliminen la propia diversidad humana que es, hasta cierto sentido, parte fundamental de su identidad.

En un esfuerzo por mejorar la concepción transhumanista, he planteado la posibilidad de tener un transhumanismo que mantenga la ideología posthumanista como su base. Con una nueva política de la vida, donde el cuerpo del ser humano deje de ser percibido como un sistema en busca de la perfección, podemos imaginarnos horizontes nuevos donde construir seres humanos. Sistemas vivos que no estén limitados por sus identidades biológicas, pero que tampoco sean excluidos por sus identidades psíquicas. De esta forma, se podría encontrar un punto coyuntural entre la trascendencia del ser humano hacia algo nuevo que deje de buscar su perfección en algo ajeno, sino dentro de su misma condición humana.


Bibliografía
·       Braidotti, Rosi, The Posthuman, (Trad. Personal), Cambridge, Polity Press, 2013, pp. 229.
·       Iacub, Marcela, Las biotecnologías y el poder sobre la vida en El infrecuentable Michel Foucault. Renovación del pensamiento crítico, Eribon y Didier (Comp.), Letra Viva, 2004, pp. 173-180.
·       Zapata, Miguel y Villela, Fabiola, ¿Tienen biopolítica los bioartefactos? en Aproximaciones Interdisciplinarias a la Bioartefactualidad, Jorge Enrique Linares y Elena Arriaga (Coord.), UNAM, 2016, pp. 259-294.


[1] Miguel Zapata y Fabiola Villela, ¿Tienen biopolítica los bioartefactos?, p. 262.
[2] Íbidem, p. 268.
[3] Marcela Iacub, Las biotecnologías y el poder sobre la vida, pp. 177-178   
[4] Zapata y Villela, p. 277.
[5] Ídem.
[6] Rosi Braidotti, The Posthuman, p. 2.
[7] Íbidem, p. 37.
[8] Íbidem, p. 15.
[9] Iacub, p. 180.


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