El superhombre no se crea, se afirma como el devenir de la naturaleza
La búsqueda del superhombre es una de las ideas primordiales en la concepción ontológica de Nietzsche. Este concepto ha permitido el desarrollo del nihilismo y de toda
la filosofía nietzscheniana. Existe una relación necesaria y directa entre la
búsqueda del superhombre y la pérdida de Dios dentro de su filosofía. En Así
habló Zaratustra, Nietzsche desglosa su pensamiento ontológico a través de
diversos pasajes metafóricos, que describen su filosofía como muerte de Dios y
desarrollo del superhombre. Pero la formación de este superhombre a partir de
la pérdida de Dios es un camino muy extenso y que puede contener muchos
tropiezos debido a la interpretación de los conceptos que él intenta
desarrollar. Durante su recorrido hacia el superhombre, el hombre se puede
encontrar con diversos senderos que lo llevan hacia lugares que, para Nietzsche,
no son la culminación del ser. La culminación del ser nunca termina; no es
culminación porque el superhombre debe de mantenerse en constante desarrollo
por el resto de su vida.
"¡Maldito creador! ¿Por qué me hiciste vivir?
¿Por qué no perdí en aquel momento la llama de la existencia
que tan imprudentemente encendiste? No lo sé.
La desesperación no se había posesionado aún de mi;
dominábame solamente la rabia y el deseo de venganza."
Frankenstein o el Prometeo Moderno
Mary W. Shelley
De la metafísica a la la muerte de Dios
Nietzsche se sale de toda la tradición trascendental de la
metafísica donde los seres humanos pertenecemos a una especie de unidad total
en y con el mundo, y nos presenta una ontología con multiplicidad de
perspectivas dependientes de la perspectiva propia de cada ser humano. Sánchez
Meca menciona que: “Nietzsche invita a tomar como hilo conductor la única
fuente de realidad a la que parece que podemos tener acceso directo, y que es
el sentimiento de nosotros mismos como vida encarnada, la autoafección en
nuestro cuerpo de la vida orgánica o la experiencia que la vida hace de sí
misma desde nuestro interior sintiéndose como automovimiento”.[1]
De esta forma nos presenta una realidad en la que más allá de ser partícipes de
ella, estamos inmersos y contenidos en esa propia realidad sin capacidad de
evitarlo. Nietzsche critica los mundos que él considera como aparentes de la
metafísica, “aquellos donde la esencia, el sentido, la verdad, el valor del
mundo no provienen de él, sino de un ámbito situado allende el mundo”.[2]
De acuerdo con Grave la creencia metafísica para Nietzsche, se ha
autoproclamado superior y por encima de lo que el hombre es. Pero Nietzsche
realiza algo más complejo que sólo una inversión hacia la denigración de los
componentes humanos, los resalta y nos da a entender que existen perspectivas
dentro de la vida misma que permiten y sustentan al ser en sí mismo.
La dialéctica entre Dios y el Hombre
Según Grave: "Nietzsche presenta lo que él mismo denomina la
idiosincrasia de los filósofos para mostrar como éstos, al pensar al mundo, han
terminado por erigir un ‘mundo verdadero’ que, a través de sus peripecias en la
historia de la filosofía, ha terminado convertido en una fábula”.[3]
La creencia de un ser supremo fuerza a la razón y a la conciencia a buscarlo
pero, al no encontrarlo, lo representa nuevamente en sí mismo. El Dios que se
había supuesto creador de todas las cosas y los seres del mundo pasa ahora a
ser creado por el filósofo. Dios es no más que un concepto creado, uno muy
general y creado en perfección para referirse al todo y a la nada al mismo
tiempo. Deleuze dice: “Quitadnos a este Dios. Mejor quedarnos sin ningún Dios,
mejor decidir cada uno con su cabeza, mejor estar loco, mejor ser uno mismo
Dios”.[4]
Dios como ser creador y capaz de guiar nuestras acciones y deseos debió
desaparecer para dar lugar al ser humano.
El ser humano, ahora, debía de cuidar su nueva
capacidad de creación. Si esto no sucedía, crearía otro Dios que se basara en
una idea ingenuamente racional de lo que Él es. Cuando esto sucedió en la
filosofía occidental, Dios resucitó: “Dios ha existido y ha muerto y
resucitará, Dios se ha hecho Hombre y el Hombre se ha hecho Dios”.[5]
El hombre ahora es Dios y quiere crear cosas: conocimiento, razón, valores, voluntad,
libertad. Pero ese hombre es reactivo ante lo que era Dios, sólo es rencor y
venganza, y por tanto, su esencia sigue siendo la de un esclavo.
“Dios ha
cambiado, la esencia de Dios se ha convertido en la esencia del hombre. Pero el
que es hombre no ha cambiado; el hombre reactivo, el esclavo, que no deja de
ser esclavo por presentarse como Dios, siempre el esclavo, máquina de fabricar
lo divino. Lo que es Dios tampoco ha cambiado: siempre lo divino, siempre el
Ser supremo, máquina de fabricar esclavos”.[6]
El hombre sigue siendo un creador de esclavos,
un creador de voluntad de la nada, de voluntad reactiva, produciendo sus
propios valores pero sin entender su falsa posición dentro de la Naturaleza. A
estos es a los que Nietzsche considera como trasmundanos.
Los trasmundanos han matado a Dios por una
cuestión inmanente al ser humano: su propio pensamiento racional en busca de un
ensamblaje lógico de respuestas que no pueden ser encontradas en el devenir del
mundo. Deprecian el cuerpo, se alejan de su realidad y crean mundos ajenos al
que en realidad importa. Nietzsche nos dice de los trasmundanos: “Cosa
enfermiza es para ellos el cuerpo: y con gusto escaparían de él. Por eso
escuchan a los predicadores de la muerte, y ellos mismos predican trasmundos”.[7]
Esta dialéctica entre Dios y ese Hombre es despreciada por Nietzsche, los dos
son creadores de ideas, de destinos, de mundos que no existen. “Y quien tiene
que ser un creador en el bien y en el mal: en verdad, ese tiene que ser antes
un aniquilador y quebrantar valores”.[8]
Para Nietzsche antes que ser un creador se tiene que ser un quebrantador, si
no, el hombre seguirá inmerso en la misma dinámica que tenía con Dios, en una
dialéctica en la que una de las partes ya se había muerto y que, sí se mantiene
en diálogo, también el hombre se extinguirá.
En ese hombre dialéctico hay una voluntad de
conocimiento que no es saciada y que, por tanto, se convierte en voluntad de
poder crear lo que se requiera para satisfacerla. Deleuze dice: “El hombre
reactivo ya no soporta ningún testigo, quiere estar solo con su triunfo, y
únicamente con sus fuerzas. Se pone en el lugar de Dios: ya no conoce valores
superiores a la vida, sino únicamente una vida reactiva que tiene bastante con
ella misma, que pretende secretar sus propios valores”.[9]
Este hombre reactivo es aquel que pretende ser su propio Dios, es un hombre que
se siente capaz de sobrellevar su pensamiento, su voluntad y su existencia sin
Dios, es aquel que se olvida de Dios pero, a su vez, la creación de este hombre
está dada en razón a la venganza sobre el Dios que había creado. “Las armas que
le dio Dios, el resentimiento, incluso la mala conciencia, todas las figuras de
su triunfo, las vuelve contra Dios, las opone a él. El resentimiento se hace
ateo, pero ese ateísmo todavía es resentimiento, siempre resentimiento, siempre
mala conciencia”.[10]
Para Deluze, en este momento, el hombre se vuelve un hombre con resentimiento
hacia Dios por lo que le ha hecho, se convierte en su propio Dios, pero con
todo lo malo y lo bueno que eso conlleva. El superhombre nietzscheniano está en
contra de esta dialéctica.
La libertad del hombre ante la dialéctica de Dios-Hombre
En la dialéctica Dios-Hombre, previa a Nietzsche, se crea un
hombre que se cree superior pero que sólo resguarda los mismos sentimientos
pasados de sobreestimación hacia lo que
es y hacia lo que existe. Nietzsche dice: “El hombre es algo que debe
ser superado. ¿Qué han hecho ustedes para superarlo?. Todos los seres han
creado hasta ahora algo por encima de sí mismos: ¿y quieren ser ustedes el
reflujo de ese gran flujo y retroceder al animal más bien para superar al
hombre?”.[11]
Los que crearon un hombre superior siempre estarán errados si mantienen el
flujo de pensamiento que tenían los dioses que se decían superiores. Nietzsche
critica al creador de la siguiente manera:
El creador
quiso apartar la vista de sí mismo, —entonces creó el mundo.
Ebrio
placer es, para quien sufre, apartar la vista de su sufrimiento y perderse a sí
mismo.
Y así
también yo proyecté en otro tiempo mi ilusión más allá del hombre, lo mismo que
todos los trasmundanos. ¿Más allá del hombre, en verdad?
¡Ay,
hermanos, ese dios que yo creé era obra humana y demencia humana, como todos
los dioses!
Hombre era,
y nada más que un pobre fragmento de hombre y de yo: de mi propia ceniza y de
mi propia brasa surgió ese fantasma.[12]
Para Nietzsche, Dios, harto de su ser solo en
el universo, se apartó de sí mismo para crear algo distinto a Él mismo; esa
separación creó al ser humano. Ese ser humano también es creador y se harta, al
igual que Dios, de sí mismo, por lo que crea un algo más allá del hombre. Pero
ese hombre creado lejos de sí mismo y que intentaba alcanzar no era más que un
fragmento de lo que los hombres deberían ser. Están alejados del mundo
terrenal, de las pasiones y del cuerpo. Son fantasmas que se alejan de los
cuerpos que habitan el mundo real y se transfiguran en seres inexistentes. Son
trasmundanos que intentan escapar de lo que les corresponde en su totalidad
como seres humanos y se envuelven en una dialéctica de creación entre Dios y el
Hombre. Es por esto que Nietzsche los desprecia. Para él el verdadero hombre es
la figura del superhombre.
El sí-mismo
creador se creó para sí el apreciar y el despreciar, se creó para sí el placer
y el dolor. El cuerpo creador se creó para sí el espíritu como una mano de su
voluntad.
¡Hundirse
en su ocaso quiere su sí-mismo, y por ello ustedes le convirtieron en
despreciadores del cuerpo! Pues ya no son capaces de crear por encima de
ustedes.
¡Yo no voy
por su camino, despreciadores del cuerpo! ¡Ustedes no son para mi puentes hacia
el superhombre![13]
Para Nietzsche los creadores de un ser en sí
mismo no tienen más valor que aquellos que siguen creyendo en el creador
supremo. El crearse como un ser superior que esté por encima del cuerpo, que se
crea superior a los demás seres humanos por estar supuestamente alejado de los
sentimientos, no es alguien que tenga valor en el mundo. El verdadero valor que
libera a los seres humanos de esta fatalidad es la voluntad, no la creación.
Nietzsche dice: “Voluntad— así se llama el libertador y el portador de alegría:
¡esto es lo que yo he enseñado, amigos míos!”.[14]
La voluntad es lo único que permite la libertad, porque libertad hay en el
devenir del mundo. Ahora que Dios ha muerto y somos libres ¿cómo se evita
regresar a un sentido de esclavitud por parte del hombre? ¿Cómo evitar que los
creadores de valores, de reglas y de destinos sigan imponiéndose en nuestro
camino? La respuesta está en la comprensión del mito del eterno retorno y del
devenir de la naturaleza. Días dice: “¿Quién será capaz de liberarnos de la
maldición del devenir? Un modo de enfrentarse a este problema es y ha sido la
idea del eterno retorno de lo mismo como perspectiva”.[15]
El cambio de perspectiva es lo que nos puede salvar de la orfandad de los seres
superiores.
El devenir de la naturaleza no se puede crear, existe
La naturaleza tiene un devenir que no puede ser intervenido por el
ser humano. Nietzsche lo presenta con la idea del eterno retorno de lo mismo.
Las cosas que suceden en el mundo no pueden ser intercambiadas porque no existe
una capacidad de creación sobre el devenir.
Desde este
portón llamado ‘Instante’ corre hacia atrás una calle larga, eterna: a nuestras
espaldas yace una eternidad.
Cada una de
las cosas que pueden correr, ¿no tendrá que haber recorrido ya alguna vez esa
calle? Cada una de las cosas que pueden ocurrir, ¿no tendrá que haber ocurrido,
haber sido hecha, haber transcurrido ya alguna vez?
¿Y si todo
ha existido ya: ¿qué piensas tú, enano, de este instante? ¿No tendrá también
este portón que —haber existido ya?
¿Y no están
todas las cosas anudadas con fuerza, de modo que este instante arrastra tras de
sí todas las cosas venideras? ¿Por lo tanto —incluso a sí mismo?[16]
No podemos crear cosas en nuestra eternidad
pasada o futura sino sólo presentarnos con voluntad de superar el instante
mismo que se está viviendo. Cuando el hombre es capaz de entender esto, la
posibilidad de alejarse de lo que lo reprimía para vivir alienta su espíritu
para comenzar a vivir realmente y encontrar el camino hacia el superhombre,
aquel que no se pierde en los pesares de la vida y la muerte que existen como
cargas en el mundo especulativo. Deleuze aclara que, de acuerdo a Nietzsche,
“Tú, no sólo tienes que ser desembarazado de lo que no quieres, también
tendrías que poseer lo que quieres, no tendrías solamente que ser un hombre
libre. Tendrías que ser igualmente un propietario”.[17]
Lo más importante del hombre libre es poder apropiarse de su libertad. Es ser
poseedor de sus decisiones. Pero algo importante que se debe denotar es que el
devenir, para Nietzsche, es inminente y que sucede por el azar representado en
la idea del eterno retorno, cualquier cosa que haya existido puede también
existir después del instante que se está viviendo. Ante esta idea, en la que no
podemos engendrar nada nuevo por cuenta propia, sino existir en el instante
mismo del devenir del mundo, la búsqueda de la libertad se complica. Nietzsche
nos dice entonces:
“¡Muerde! ¡Muerde!
¡Arráncale la cabeza! ¡Muerde! (…).
Pero el
pastor mordió, tal como se lo aconsejó mi grito; ¡dio un buen mordisco! Lejos
de sí escupió la cabeza de la serpiente: y se puso en pie de un salto.
Ya no
pastor, ya no hombre, —¡un transfigurado, iluminado, que reía! ¡Nunca antes en
la tierra había reído un hombre alguno como él río![18]
Ese pastor, aquel que logra morder la serpiente
y se apropia de su destino a pesar de estar siendo encausado por el devenir del
mundo, es quien puede llegar a convertirse en superhombre. Esa transfiguración
sí conlleva una causa que Nietzsche aprecia. Aquel que puede dejar de pensarse
con la capacidad de crear un mundo nuevo y, más bien, enfrentarse al devenir
del mundo con autoridad, es el que ha podido superar al hombre, es un iluminado
que puede gozar de la vida tal cual se le presenta. Deluze nos afirma: “Si baso
mi causa en mí, el único, ésta reposa sobre su creador efímero y perecedero que
se devora a sí mismo, y yo puedo decir: no he basado mi causa sobre Nada”.[19]
El superhombre debe ser el que base su causa sobre nada y que, sobre esta causa
que pareciera vacía, se pose sobre su propia voluntad de poder y actúe
pensándose inmanente al devenir de la naturaleza y, de esta forma, poder
realmente vivir. El superhombre, que pareciera ser creador de su propio
destino, realmente es un ser que puede entender que su creación es efímera, que
no alcanza para destinar su ser hacia ningún lado y que, por tanto, es una
causa sin sostén. Ante eso no debe ser decadente, sino más bien sentirse en
plenitud por su libertad y, tal como el pastor, reír, como nunca nadie ha reído
antes y gozar de su existencia.
La creación no es el camino del superhombre
El superhombre de Nietzsche es presentado como
un camino más que como una creación. Con la metáfora del camello, el león y el
niño, Nietzsche representa en una fábula lo que para él, debería ser la forma
de poder transformarse en el superhombre: “Tres transformaciones del espíritu
les menciono: cómo el espíritu se convierte en camello, y el camello en león, y
el león, por fin, en niño”.[20]
El camello que carga el espíritu pesado de la vida misma y de lo que sucede en
ella, se convierte en león para conquistar su libertad y ser señor de su propio
desierto. No busca convertirse en el dragón que es todo lo que existe, en ese
ser supremo que ya parece conocer, busca pelear con él y derrotarlo, encarar su
fuerza de voluntad para conseguir la propia. Pero para derrotar a ese dragón,
necesita comenzar nuevamente, debe perder todas sus garras de violencia y
volverse voluntad pura y propia.
Esa libertad conseguida le permitirá
convertirse en niño, que tiene inocencia y olvido, que comienza un nuevo juego,
un mecanismo de movimiento sin conciencia de conocimiento y con la pura
voluntad de crear. Para Díaz, “el pensamiento del eterno retorno también debe
pasar por las tres transformaciones y ser capaz de decir sí al placer con todo
su displacer, es decir, ha de poder llegar a ser niño para ser querido”.[21]
En ese punto en el que el eterno retorno se mezcla con las tres
transformaciones hasta la figura del niño, es cuando podemos entender la
concepción del superhombre a la que Nietzsche se refiere.
El superhombre es una creación inmanente que se
crea a sí mismo y que no necesita de nadie para ser creado. El superhombre debe
saberse entrelazado con el devenir y debe dejar de intentar consolidarse a
través de la capacidad de su propia creación; debe ser afirmado, no creado.
Nietzsche dice: “Pero el nudo de las causas, en el cual yo estoy entrelazado,
retorna,— ¡él me creará de nuevo! Yo mismo formo parte de las causas del eterno
retorno”.[22]
El superhombre, al ser él mismo parte de las causas, es incapaz de crearse a sí
mismo, entiende que su creación depende del devenir y es un ser más que habita
dentro de esa realidad.
La figura del niño es la representación
manifiesta de este momento, aquel en el que el ser humano se da cuenta que su
inocencia lo llevará al verdadero superhombre. El niño de Nietzsche no puede
crear por convicción, puede existir y disfrutar, puede reír y bailar, pero no
con conciencia creadora. Nietzsche nos quiere enseñar que la búsqueda del
superhombre debe dejar atrás al hombre que se ha buscado previamente, y ese
camino conlleva el desprendimiento de una voluntad inamovible y superior. La
creación del superhombre, más que una creación, debe ser un arte. Rivara
expresa de buena forma lo anterior a partir del capítulo de Así habló
Zaratustra sobre la fiesta del asno: “La fiesta el asno enseña la necesidad
de aprender a reír con una risa creadora, aquella que permite jugar, aquella
que permite el arribo de los pies ligeros de la danza y la construcción de
nuevos sentidos con la conciencia de que se juega y se crea sin confundir el
juego con ningún absoluto inamovible”.[23]
El juego del niño, la consolidación del superhombre, debe ser una afirmación de
su ser más que una creación. Se debe conseguir esa creación como quien ríe,
danza y juega, sin la capacidad de pensarlo o razonarlo previamente, sino
viviéndolo en la ligereza de la libertad que la comprensión del eterno retorno
y de la voluntad del poder nos ha dado.
El superhombre es una creación sin fin, sin
destino, sin determinación; un movimiento interior que se desprende de la carga
de la muerte y de la vida que el camello y el león tenían. Díaz dice: “Sólo el
superhombre, que puede ser cualquiera de nosotros, es capaz de vivir esta
filosofía del eterno retorno de lo mismo, dar fin y sentido, plenitud a la
vida, porque en definitiva vivir, vivir a fondo, es un acto supremo de
afirmación de la voluntad creadora”.[24]
El superhombre debe conseguir ser alguien que se va haciendo por sí mismo con
con voluntad de vivir y de instaurar valor propio a su propia vida, con los
altibajos que se tengan, con el eterno retorno que el devenir nos presenta. Y
ella misma recalca: “Pues si se ha dicho sí a un placer, se ha dicho sí a un
dolor, todo está trabado, enamorado, como se dice en el Zaratustra. Así
como el placer está trabado al dolor y la muerte a la vida, cuando digo sí a la
vida, le digo sí a la muerte”.[25]
Las transformaciones son un camino hacia el
superhombre, un camino que se debe de recorrer pero que no se puede crear.
Nietzsche dice: “’Este— es mi camino,— ¿dónde está el de ustedes?’, así
respondo yo a quienes me preguntan ‘por el camino’. ¡El camino, en efecto,— no existe!”.[26]
El camino se debe recorrer, no es posible planearlo, no es posible colocarle un
destino, es únicamente un ambiente de libertad y de voluntad en el que se
encuentra todo aquel que quiera recorrerlo. Mientras el hombre siga siendo
creador de caminos, seguirá siendo un esclavo.
Conclusión
Existen tres puntos fundamentales de la filosofía nietzscheniana
que nos permiten entender cómo el superhombre no puede ser desarrollado por
creación y determinación, sino por afirmación y voluntad: “no lo verdadero ni
lo real, sino la valoración; no la afirmación como asunción sino como creación;
no el hombre sino el superhombre como nueva forma de vida”.[27]
La valoración de nuestro ser en el devenir de la naturaleza y el entendimiento
de la voluntad de poder que existe en nosotros y en el mundo, permite que haya
una afirmación de lo que somos a partir de la liberación de las verdades
determinadas. Esta posibilidad de afirmarnos, permite que el concepto de
creación de un destino o un camino deje de ser una búsqueda por el control y la
asunción del ser humano y, por supuesto, de otros seres mal llamados
superiores. Estos deben dejar de pensarse como seres trascendentes del mundo
y así permitir que el camino hacia el
superhombre se construya por pura autoproclamación y autoafirmación del valor
de nuestro ser. El superhombre existe por su propia sabiduría de alejarse de la
voluntad creadora ajena y supuestamente superior. Existe para crear su propio
objeto del ser, su propia existencia, afirma su vida y la vive, y es entonces
que ya no es una creación, sino que él es su vida misma, una vida que hay que
vivir.
Bibliografía
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Deleuze, Gilles, Nietzsche y la filosofía, Carmen Artal
(trad.), Barcelona, Anagrama, 1986, pp. 275.
•
Díaz Genis, Andrea, Eterno retorno de lo mismo, vida y muerte,
en Paulina Rivero Weber (coord.), Nietzsche: el desafío del pensamiento,
México, FCE, 2016, pp. 217.
•
Grave, Crescenciano, Nietzsche. Crítica de la voluntad de
verdad, México, Monosílabo, 2018, pp. 419.
•
Nietzsche, Friedrich, Así habló Zaratustra. Libro para todos y
para nadie, Víctor Carrera (trad.), México, Orbilibro, 2018, pp. 375.
•
Rivara Kamaji, Greta, Nietzsche, el filósofo de la risa, la
danza y el juego, en Paulina Rivero Weber y Greta Rivara Kamaji (comp.), Perspectivas
nietzschenianas. Reflexiones en torno al pensamiento de Nietzsche, México,
Difusión Cultural UNAM, 2002, pp. 267.
•
Sánchez Meca, Diego, La crítica de Nietzsche a la ciencia
moderna, en Paulina Rivero Weber (coord.), Nietzsche: el desafío del
pensamiento, México, FCE, 2016, pp. 217.
[1] Diego Sánchez
Meca, La crítica de Nietzsche a la ciencia moderna, p. 75.
[2] Crescenciano
Grave, Nietzsche: Crítica de la voluntad de verdad, p. 39.
[3] Íbidem, p. 42.
[4] Gilles
Deleuze, Nietzsche y la filosofía, p. 211.
[5] Íbidem, p. 214.
[6] Íbidem, p. 223.
[7] Friedrich
Nietzsche, Así habló Zaratustra. Libro para todos y para nadie,
p. 34.
[8] Íbidem, p. 131.
[9] Gilles
Deleuze, Nietzsche y la filosofía, p. 211.
[10] Ídem.
[11] Friedrich
Nietzsche, Así habló Zaratustra. Libro para todos y para nadie,
p. 11.
[12] Íbidem, p. 31.
[13] Íbidem, p. 36.
[14] Íbidem, p. 159.
[15] Andrea Díaz
Genis, Eterno retorno de lo mismo, vida y muerte, p. 148.
[16] Friedrich
Nietzsche, Así habló Zaratustra. Libro para todos y para nadie,
p. 180.
[17] Gilles
Deleuze, Nietzsche y la filosofía, p. 225.
[18] Friedrich
Nietzsche, Así habló Zaratustra. Libro para todos y para nadie,
pp. 181 y 182.
[19] Gilles
Deleuze, Nietzsche y la filosofía, p. 227.
[20] Friedrich
Nietzsche, Así habló Zaratustra. Libro para todos y para nadie,
p. 25.
[21] Andrea Díaz
Genis, Eterno retorno de lo mismo, vida y muerte. p. 145.
[22] Friedrich
Nietzsche, Así habló Zaratustra. Libro para todos y para nadie,
p. 253.
[23] Greta Rivara
Kamaji, Nietzsche, el filósofo de la risa, la danza y el juego, p. 240.
[24] Andrea Díaz
Genis, Eterno retorno de lo mismo, vida y muerte, p. 148.
[25] Íbidem, p. 145.
[26] Friedrich
Nietzsche, Así habló Zaratustra. Libro para todos y para nadie,
p. 224.
[27] Gilles
Deleuze, Nietzsche y la filosofía, p. 259.
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