El superhombre no se crea, se afirma como el devenir de la naturaleza

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La búsqueda del superhombre es una de las ideas primordiales en la concepción ontológica de Nietzsche. Este concepto ha permitido el desarrollo del nihilismo y de toda la filosofía nietzscheniana. Existe una relación necesaria y directa entre la búsqueda del superhombre y la pérdida de Dios dentro de su filosofía. En Así habló Zaratustra, Nietzsche desglosa su pensamiento ontológico a través de diversos pasajes metafóricos, que describen su filosofía como muerte de Dios y desarrollo del superhombre. Pero la formación de este superhombre a partir de la pérdida de Dios es un camino muy extenso y que puede contener muchos tropiezos debido a la interpretación de los conceptos que él intenta desarrollar. Durante su recorrido hacia el superhombre, el hombre se puede encontrar con diversos senderos que lo llevan hacia lugares que, para Nietzsche, no son la culminación del ser. La culminación del ser nunca termina; no es culminación porque el superhombre debe de mantenerse en constante desarrollo por el resto de su vida.


"¡Maldito creador! ¿Por qué me hiciste vivir?
¿Por qué no perdí en aquel momento la llama de la existencia
que tan imprudentemente encendiste? No lo sé. 
La desesperación no se había posesionado aún de mi; 
dominábame solamente la rabia y el deseo de venganza."
Frankenstein o el Prometeo Moderno
Mary W. Shelley

De la metafísica a la la muerte de Dios
Nietzsche se sale de toda la tradición trascendental de la metafísica donde los seres humanos pertenecemos a una especie de unidad total en y con el mundo, y nos presenta una ontología con multiplicidad de perspectivas dependientes de la perspectiva propia de cada ser humano. Sánchez Meca menciona que: “Nietzsche invita a tomar como hilo conductor la única fuente de realidad a la que parece que podemos tener acceso directo, y que es el sentimiento de nosotros mismos como vida encarnada, la autoafección en nuestro cuerpo de la vida orgánica o la experiencia que la vida hace de sí misma desde nuestro interior sintiéndose como automovimiento”.[1] De esta forma nos presenta una realidad en la que más allá de ser partícipes de ella, estamos inmersos y contenidos en esa propia realidad sin capacidad de evitarlo. Nietzsche critica los mundos que él considera como aparentes de la metafísica, “aquellos donde la esencia, el sentido, la verdad, el valor del mundo no provienen de él, sino de un ámbito situado allende el mundo”.[2] De acuerdo con Grave la creencia metafísica para Nietzsche, se ha autoproclamado superior y por encima de lo que el hombre es. Pero Nietzsche realiza algo más complejo que sólo una inversión hacia la denigración de los componentes humanos, los resalta y nos da a entender que existen perspectivas dentro de la vida misma que permiten y sustentan al ser en sí mismo.

La dialéctica entre Dios y el Hombre
Según Grave: "Nietzsche presenta lo que él mismo denomina la idiosincrasia de los filósofos para mostrar como éstos, al pensar al mundo, han terminado por erigir un ‘mundo verdadero’ que, a través de sus peripecias en la historia de la filosofía, ha terminado convertido en una fábula”.[3] La creencia de un ser supremo fuerza a la razón y a la conciencia a buscarlo pero, al no encontrarlo, lo representa nuevamente en sí mismo. El Dios que se había supuesto creador de todas las cosas y los seres del mundo pasa ahora a ser creado por el filósofo. Dios es no más que un concepto creado, uno muy general y creado en perfección para referirse al todo y a la nada al mismo tiempo. Deleuze dice: “Quitadnos a este Dios. Mejor quedarnos sin ningún Dios, mejor decidir cada uno con su cabeza, mejor estar loco, mejor ser uno mismo Dios”.[4] Dios como ser creador y capaz de guiar nuestras acciones y deseos debió desaparecer para dar lugar al ser humano.
El ser humano, ahora, debía de cuidar su nueva capacidad de creación. Si esto no sucedía, crearía otro Dios que se basara en una idea ingenuamente racional de lo que Él es. Cuando esto sucedió en la filosofía occidental, Dios resucitó: “Dios ha existido y ha muerto y resucitará, Dios se ha hecho Hombre y el Hombre se ha hecho Dios”.[5] El hombre ahora es Dios y quiere crear cosas: conocimiento, razón, valores, voluntad, libertad. Pero ese hombre es reactivo ante lo que era Dios, sólo es rencor y venganza, y por tanto, su esencia sigue siendo la de un esclavo.

“Dios ha cambiado, la esencia de Dios se ha convertido en la esencia del hombre. Pero el que es hombre no ha cambiado; el hombre reactivo, el esclavo, que no deja de ser esclavo por presentarse como Dios, siempre el esclavo, máquina de fabricar lo divino. Lo que es Dios tampoco ha cambiado: siempre lo divino, siempre el Ser supremo, máquina de fabricar esclavos”.[6]

El hombre sigue siendo un creador de esclavos, un creador de voluntad de la nada, de voluntad reactiva, produciendo sus propios valores pero sin entender su falsa posición dentro de la Naturaleza. A estos es a los que Nietzsche considera como trasmundanos.
Los trasmundanos han matado a Dios por una cuestión inmanente al ser humano: su propio pensamiento racional en busca de un ensamblaje lógico de respuestas que no pueden ser encontradas en el devenir del mundo. Deprecian el cuerpo, se alejan de su realidad y crean mundos ajenos al que en realidad importa. Nietzsche nos dice de los trasmundanos: “Cosa enfermiza es para ellos el cuerpo: y con gusto escaparían de él. Por eso escuchan a los predicadores de la muerte, y ellos mismos predican trasmundos”.[7] Esta dialéctica entre Dios y ese Hombre es despreciada por Nietzsche, los dos son creadores de ideas, de destinos, de mundos que no existen. “Y quien tiene que ser un creador en el bien y en el mal: en verdad, ese tiene que ser antes un aniquilador y quebrantar valores”.[8] Para Nietzsche antes que ser un creador se tiene que ser un quebrantador, si no, el hombre seguirá inmerso en la misma dinámica que tenía con Dios, en una dialéctica en la que una de las partes ya se había muerto y que, sí se mantiene en diálogo, también el hombre se extinguirá.
En ese hombre dialéctico hay una voluntad de conocimiento que no es saciada y que, por tanto, se convierte en voluntad de poder crear lo que se requiera para satisfacerla. Deleuze dice: “El hombre reactivo ya no soporta ningún testigo, quiere estar solo con su triunfo, y únicamente con sus fuerzas. Se pone en el lugar de Dios: ya no conoce valores superiores a la vida, sino únicamente una vida reactiva que tiene bastante con ella misma, que pretende secretar sus propios valores”.[9] Este hombre reactivo es aquel que pretende ser su propio Dios, es un hombre que se siente capaz de sobrellevar su pensamiento, su voluntad y su existencia sin Dios, es aquel que se olvida de Dios pero, a su vez, la creación de este hombre está dada en razón a la venganza sobre el Dios que había creado. “Las armas que le dio Dios, el resentimiento, incluso la mala conciencia, todas las figuras de su triunfo, las vuelve contra Dios, las opone a él. El resentimiento se hace ateo, pero ese ateísmo todavía es resentimiento, siempre resentimiento, siempre mala conciencia”.[10] Para Deluze, en este momento, el hombre se vuelve un hombre con resentimiento hacia Dios por lo que le ha hecho, se convierte en su propio Dios, pero con todo lo malo y lo bueno que eso conlleva. El superhombre nietzscheniano está en contra de esta dialéctica.

La libertad del hombre ante la dialéctica de Dios-Hombre
En la dialéctica Dios-Hombre, previa a Nietzsche, se crea un hombre que se cree superior pero que sólo resguarda los mismos sentimientos pasados de sobreestimación hacia lo que  es y hacia lo que existe. Nietzsche dice: “El hombre es algo que debe ser superado. ¿Qué han hecho ustedes para superarlo?. Todos los seres han creado hasta ahora algo por encima de sí mismos: ¿y quieren ser ustedes el reflujo de ese gran flujo y retroceder al animal más bien para superar al hombre?”.[11] Los que crearon un hombre superior siempre estarán errados si mantienen el flujo de pensamiento que tenían los dioses que se decían superiores. Nietzsche critica al creador de la siguiente manera:

El creador quiso apartar la vista de sí mismo, —entonces creó el mundo.
Ebrio placer es, para quien sufre, apartar la vista de su sufrimiento y perderse a sí mismo.
Y así también yo proyecté en otro tiempo mi ilusión más allá del hombre, lo mismo que todos los trasmundanos. ¿Más allá del hombre, en verdad?
¡Ay, hermanos, ese dios que yo creé era obra humana y demencia humana, como todos los dioses!
Hombre era, y nada más que un pobre fragmento de hombre y de yo: de mi propia ceniza y de mi propia brasa surgió ese fantasma.[12]

Para Nietzsche, Dios, harto de su ser solo en el universo, se apartó de sí mismo para crear algo distinto a Él mismo; esa separación creó al ser humano. Ese ser humano también es creador y se harta, al igual que Dios, de sí mismo, por lo que crea un algo más allá del hombre. Pero ese hombre creado lejos de sí mismo y que intentaba alcanzar no era más que un fragmento de lo que los hombres deberían ser. Están alejados del mundo terrenal, de las pasiones y del cuerpo. Son fantasmas que se alejan de los cuerpos que habitan el mundo real y se transfiguran en seres inexistentes. Son trasmundanos que intentan escapar de lo que les corresponde en su totalidad como seres humanos y se envuelven en una dialéctica de creación entre Dios y el Hombre. Es por esto que Nietzsche los desprecia. Para él el verdadero hombre es la figura del superhombre.

El sí-mismo creador se creó para sí el apreciar y el despreciar, se creó para sí el placer y el dolor. El cuerpo creador se creó para sí el espíritu como una mano de su voluntad.
¡Hundirse en su ocaso quiere su sí-mismo, y por ello ustedes le convirtieron en despreciadores del cuerpo! Pues ya no son capaces de crear por encima de ustedes.
¡Yo no voy por su camino, despreciadores del cuerpo! ¡Ustedes no son para mi puentes hacia el superhombre![13]

Para Nietzsche los creadores de un ser en sí mismo no tienen más valor que aquellos que siguen creyendo en el creador supremo. El crearse como un ser superior que esté por encima del cuerpo, que se crea superior a los demás seres humanos por estar supuestamente alejado de los sentimientos, no es alguien que tenga valor en el mundo. El verdadero valor que libera a los seres humanos de esta fatalidad es la voluntad, no la creación. Nietzsche dice: “Voluntad— así se llama el libertador y el portador de alegría: ¡esto es lo que yo he enseñado, amigos míos!”.[14] La voluntad es lo único que permite la libertad, porque libertad hay en el devenir del mundo. Ahora que Dios ha muerto y somos libres ¿cómo se evita regresar a un sentido de esclavitud por parte del hombre? ¿Cómo evitar que los creadores de valores, de reglas y de destinos sigan imponiéndose en nuestro camino? La respuesta está en la comprensión del mito del eterno retorno y del devenir de la naturaleza. Días dice: “¿Quién será capaz de liberarnos de la maldición del devenir? Un modo de enfrentarse a este problema es y ha sido la idea del eterno retorno de lo mismo como perspectiva”.[15] El cambio de perspectiva es lo que nos puede salvar de la orfandad de los seres superiores.

El devenir de la naturaleza no se puede crear, existe
La naturaleza tiene un devenir que no puede ser intervenido por el ser humano. Nietzsche lo presenta con la idea del eterno retorno de lo mismo. Las cosas que suceden en el mundo no pueden ser intercambiadas porque no existe una capacidad de creación sobre el devenir.

Desde este portón llamado ‘Instante’ corre hacia atrás una calle larga, eterna: a nuestras espaldas yace una eternidad.
Cada una de las cosas que pueden correr, ¿no tendrá que haber recorrido ya alguna vez esa calle? Cada una de las cosas que pueden ocurrir, ¿no tendrá que haber ocurrido, haber sido hecha, haber transcurrido ya alguna vez?
¿Y si todo ha existido ya: ¿qué piensas tú, enano, de este instante? ¿No tendrá también este portón que —haber existido ya?
¿Y no están todas las cosas anudadas con fuerza, de modo que este instante arrastra tras de sí todas las cosas venideras? ¿Por lo tanto —incluso a sí mismo?[16]

No podemos crear cosas en nuestra eternidad pasada o futura sino sólo presentarnos con voluntad de superar el instante mismo que se está viviendo. Cuando el hombre es capaz de entender esto, la posibilidad de alejarse de lo que lo reprimía para vivir alienta su espíritu para comenzar a vivir realmente y encontrar el camino hacia el superhombre, aquel que no se pierde en los pesares de la vida y la muerte que existen como cargas en el mundo especulativo. Deleuze aclara que, de acuerdo a Nietzsche, “Tú, no sólo tienes que ser desembarazado de lo que no quieres, también tendrías que poseer lo que quieres, no tendrías solamente que ser un hombre libre. Tendrías que ser igualmente un propietario”.[17] Lo más importante del hombre libre es poder apropiarse de su libertad. Es ser poseedor de sus decisiones. Pero algo importante que se debe denotar es que el devenir, para Nietzsche, es inminente y que sucede por el azar representado en la idea del eterno retorno, cualquier cosa que haya existido puede también existir después del instante que se está viviendo. Ante esta idea, en la que no podemos engendrar nada nuevo por cuenta propia, sino existir en el instante mismo del devenir del mundo, la búsqueda de la libertad se complica. Nietzsche nos dice entonces:

“¡Muerde! ¡Muerde! ¡Arráncale la cabeza! ¡Muerde! (…).
Pero el pastor mordió, tal como se lo aconsejó mi grito; ¡dio un buen mordisco! Lejos de sí escupió la cabeza de la serpiente: y se puso en pie de un salto.
Ya no pastor, ya no hombre, —¡un transfigurado, iluminado, que reía! ¡Nunca antes en la tierra había reído un hombre alguno como él río![18]

Ese pastor, aquel que logra morder la serpiente y se apropia de su destino a pesar de estar siendo encausado por el devenir del mundo, es quien puede llegar a convertirse en superhombre. Esa transfiguración sí conlleva una causa que Nietzsche aprecia. Aquel que puede dejar de pensarse con la capacidad de crear un mundo nuevo y, más bien, enfrentarse al devenir del mundo con autoridad, es el que ha podido superar al hombre, es un iluminado que puede gozar de la vida tal cual se le presenta. Deluze nos afirma: “Si baso mi causa en mí, el único, ésta reposa sobre su creador efímero y perecedero que se devora a sí mismo, y yo puedo decir: no he basado mi causa sobre Nada”.[19] El superhombre debe ser el que base su causa sobre nada y que, sobre esta causa que pareciera vacía, se pose sobre su propia voluntad de poder y actúe pensándose inmanente al devenir de la naturaleza y, de esta forma, poder realmente vivir. El superhombre, que pareciera ser creador de su propio destino, realmente es un ser que puede entender que su creación es efímera, que no alcanza para destinar su ser hacia ningún lado y que, por tanto, es una causa sin sostén. Ante eso no debe ser decadente, sino más bien sentirse en plenitud por su libertad y, tal como el pastor, reír, como nunca nadie ha reído antes y gozar de su existencia.

La creación no es el camino del superhombre
El superhombre de Nietzsche es presentado como un camino más que como una creación. Con la metáfora del camello, el león y el niño, Nietzsche representa en una fábula lo que para él, debería ser la forma de poder transformarse en el superhombre: “Tres transformaciones del espíritu les menciono: cómo el espíritu se convierte en camello, y el camello en león, y el león, por fin, en niño”.[20] El camello que carga el espíritu pesado de la vida misma y de lo que sucede en ella, se convierte en león para conquistar su libertad y ser señor de su propio desierto. No busca convertirse en el dragón que es todo lo que existe, en ese ser supremo que ya parece conocer, busca pelear con él y derrotarlo, encarar su fuerza de voluntad para conseguir la propia. Pero para derrotar a ese dragón, necesita comenzar nuevamente, debe perder todas sus garras de violencia y volverse voluntad pura y propia.
Esa libertad conseguida le permitirá convertirse en niño, que tiene inocencia y olvido, que comienza un nuevo juego, un mecanismo de movimiento sin conciencia de conocimiento y con la pura voluntad de crear. Para Díaz, “el pensamiento del eterno retorno también debe pasar por las tres transformaciones y ser capaz de decir sí al placer con todo su displacer, es decir, ha de poder llegar a ser niño para ser querido”.[21] En ese punto en el que el eterno retorno se mezcla con las tres transformaciones hasta la figura del niño, es cuando podemos entender la concepción del superhombre a la que Nietzsche se refiere.
El superhombre es una creación inmanente que se crea a sí mismo y que no necesita de nadie para ser creado. El superhombre debe saberse entrelazado con el devenir y debe dejar de intentar consolidarse a través de la capacidad de su propia creación; debe ser afirmado, no creado. Nietzsche dice: “Pero el nudo de las causas, en el cual yo estoy entrelazado, retorna,— ¡él me creará de nuevo! Yo mismo formo parte de las causas del eterno retorno”.[22] El superhombre, al ser él mismo parte de las causas, es incapaz de crearse a sí mismo, entiende que su creación depende del devenir y es un ser más que habita dentro de esa realidad.
La figura del niño es la representación manifiesta de este momento, aquel en el que el ser humano se da cuenta que su inocencia lo llevará al verdadero superhombre. El niño de Nietzsche no puede crear por convicción, puede existir y disfrutar, puede reír y bailar, pero no con conciencia creadora. Nietzsche nos quiere enseñar que la búsqueda del superhombre debe dejar atrás al hombre que se ha buscado previamente, y ese camino conlleva el desprendimiento de una voluntad inamovible y superior. La creación del superhombre, más que una creación, debe ser un arte. Rivara expresa de buena forma lo anterior a partir del capítulo de Así habló Zaratustra sobre la fiesta del asno: “La fiesta el asno enseña la necesidad de aprender a reír con una risa creadora, aquella que permite jugar, aquella que permite el arribo de los pies ligeros de la danza y la construcción de nuevos sentidos con la conciencia de que se juega y se crea sin confundir el juego con ningún absoluto inamovible”.[23] El juego del niño, la consolidación del superhombre, debe ser una afirmación de su ser más que una creación. Se debe conseguir esa creación como quien ríe, danza y juega, sin la capacidad de pensarlo o razonarlo previamente, sino viviéndolo en la ligereza de la libertad que la comprensión del eterno retorno y de la voluntad del poder nos ha dado.
El superhombre es una creación sin fin, sin destino, sin determinación; un movimiento interior que se desprende de la carga de la muerte y de la vida que el camello y el león tenían. Díaz dice: “Sólo el superhombre, que puede ser cualquiera de nosotros, es capaz de vivir esta filosofía del eterno retorno de lo mismo, dar fin y sentido, plenitud a la vida, porque en definitiva vivir, vivir a fondo, es un acto supremo de afirmación de la voluntad creadora”.[24] El superhombre debe conseguir ser alguien que se va haciendo por sí mismo con con voluntad de vivir y de instaurar valor propio a su propia vida, con los altibajos que se tengan, con el eterno retorno que el devenir nos presenta. Y ella misma recalca: “Pues si se ha dicho sí a un placer, se ha dicho sí a un dolor, todo está trabado, enamorado, como se dice en el Zaratustra. Así como el placer está trabado al dolor y la muerte a la vida, cuando digo sí a la vida, le digo sí a la muerte”.[25]
Las transformaciones son un camino hacia el superhombre, un camino que se debe de recorrer pero que no se puede crear. Nietzsche dice: “’Este— es mi camino,— ¿dónde está el de ustedes?’, así respondo yo a quienes me preguntan ‘por el camino’. ¡El camino, en efecto,— no existe!”.[26] El camino se debe recorrer, no es posible planearlo, no es posible colocarle un destino, es únicamente un ambiente de libertad y de voluntad en el que se encuentra todo aquel que quiera recorrerlo. Mientras el hombre siga siendo creador de caminos, seguirá siendo un esclavo.

Conclusión
Existen tres puntos fundamentales de la filosofía nietzscheniana que nos permiten entender cómo el superhombre no puede ser desarrollado por creación y determinación, sino por afirmación y voluntad: “no lo verdadero ni lo real, sino la valoración; no la afirmación como asunción sino como creación; no el hombre sino el superhombre como nueva forma de vida”.[27] La valoración de nuestro ser en el devenir de la naturaleza y el entendimiento de la voluntad de poder que existe en nosotros y en el mundo, permite que haya una afirmación de lo que somos a partir de la liberación de las verdades determinadas. Esta posibilidad de afirmarnos, permite que el concepto de creación de un destino o un camino deje de ser una búsqueda por el control y la asunción del ser humano y, por supuesto, de otros seres mal llamados superiores. Estos deben dejar de pensarse como seres trascendentes del mundo y  así permitir que el camino hacia el superhombre se construya por pura autoproclamación y autoafirmación del valor de nuestro ser. El superhombre existe por su propia sabiduría de alejarse de la voluntad creadora ajena y supuestamente superior. Existe para crear su propio objeto del ser, su propia existencia, afirma su vida y la vive, y es entonces que ya no es una creación, sino que él es su vida misma, una vida que hay que vivir.

Bibliografía
       Deleuze, Gilles, Nietzsche y la filosofía, Carmen Artal (trad.), Barcelona, Anagrama, 1986, pp. 275.
       Díaz Genis, Andrea, Eterno retorno de lo mismo, vida y muerte, en Paulina Rivero Weber (coord.), Nietzsche: el desafío del pensamiento, México, FCE, 2016, pp. 217.
       Grave, Crescenciano, Nietzsche. Crítica de la voluntad de verdad, México, Monosílabo, 2018, pp. 419.
       Nietzsche, Friedrich, Así habló Zaratustra. Libro para todos y para nadie, Víctor Carrera (trad.), México, Orbilibro, 2018, pp. 375.
       Rivara Kamaji, Greta, Nietzsche, el filósofo de la risa, la danza y el juego, en Paulina Rivero Weber y Greta Rivara Kamaji (comp.), Perspectivas nietzschenianas. Reflexiones en torno al pensamiento de Nietzsche, México, Difusión Cultural UNAM, 2002, pp. 267.
       Sánchez Meca, Diego, La crítica de Nietzsche a la ciencia moderna, en Paulina Rivero Weber (coord.), Nietzsche: el desafío del pensamiento, México, FCE, 2016, pp. 217.




[1] Diego Sánchez Meca, La crítica de Nietzsche a la ciencia moderna, p. 75.
[2] Crescenciano Grave, Nietzsche: Crítica de la voluntad de verdad, p. 39.
[3] Íbidem, p. 42.
[4] Gilles Deleuze, Nietzsche y la filosofía, p. 211.
[5] Íbidem, p. 214.
[6] Íbidem, p. 223.
[7] Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra. Libro para todos y para nadie, p. 34.
[8] Íbidem, p. 131.
[9] Gilles Deleuze, Nietzsche y la filosofía, p. 211.
[10] Ídem.
[11] Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra. Libro para todos y para nadie, p. 11.
[12] Íbidem, p. 31.
[13] Íbidem, p. 36.
[14] Íbidem, p. 159.
[15] Andrea Díaz Genis, Eterno retorno de lo mismo, vida y muerte, p. 148.
[16] Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra. Libro para todos y para nadie, p. 180.
[17] Gilles Deleuze, Nietzsche y la filosofía, p. 225.
[18] Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra. Libro para todos y para nadie, pp. 181 y 182.
[19] Gilles Deleuze, Nietzsche y la filosofía, p. 227.
[20] Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra. Libro para todos y para nadie, p. 25.
[21] Andrea Díaz Genis, Eterno retorno de lo mismo, vida y muerte. p. 145.
[22] Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra. Libro para todos y para nadie, p. 253.
[23] Greta Rivara Kamaji, Nietzsche, el filósofo de la risa, la danza y el juego, p. 240.
[24] Andrea Díaz Genis, Eterno retorno de lo mismo, vida y muerte, p. 148.
[25] Íbidem, p. 145.
[26] Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra. Libro para todos y para nadie, p. 224.
[27] Gilles Deleuze, Nietzsche y la filosofía, p. 259.

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