La autobiografía es una experiencia ontológica, no un relato histórico
En la medida en que los individuos intentan conservarse a sí mismos a través del tiempo, inventan historias
sobre los hechos acontecidos para obtener una identidad que los mantenga vivos
y que les defina su significado. La historia ha permitido que naciones,
culturas y personas puedan obtener rasgos de identidad que se mantengan a pesar
de que lo perecedero, como la vida finita del ser humano, se acabe. La
historia, por tanto, trasciende el tiempo y la vida humana por su
característica de creación colectiva, pero ¿qué sucede cuando la historia es
contada por una sola persona? Y más aún, ¿qué sucede cuando la historia que
cuenta esa persona en aislamiento es una historia de su propia vida? ¿Es
posible que esa historia sea real o que tenga un significado en la narrativa
histórica del ser humano como especie? En este ensayo intentaré dilucidar
algunas cuestiones sobre cómo la autobiografía, es decir, las historias que se
cuenta uno mismo sobre sí mismo, no pueden pertenecer a la historia del ser
humano, sino que sólo sirven para autentificar a un ser humano de forma
ontológica como algo abandonado fuera de la humanidad.
El objetivo del historiador
La historia ha fungido como un
sistema de encuentro con la identidad propia de los seres. Estos seres, que
intentan autoproclamarse como identitarios de una personalidad o filiación que
los colectiviza, pueden encontrarse con un dilema ontológico fundamental que
les prohiba su existencia como entes reales. La historia tiene la problemática
de ser un conjunto de sucesos que existieron antes, pero que ya no pueden ser
comprobados en el presente. Estos hechos históricos pueden haber sido
olvidados, recreados, relatados o reinventados por los narradores de la
historia y, por tanto, podrían ser ajenos a la realidad que tanto presumen.
White dice acerca de los hechos históricos: “para que su presentación se
considere relato histórico no basta con que se registren en el orden en que
ocurrieron realmente. Es el hecho de que pueden registrarse de otro modo, en un
orden de narrativa, lo que les hace, al mismo tiempo, cuestionables en cuanto
su autenticidad y susceptibles de ser considerados claves de la realidad”.[1]
Los hechos históricos no sólo deben encontrarse en un orden cronológico que
dicte el pasado de las cosas, sino que dependen de la narrativa que se encara
con la información que contienen. Esto quiere decir que dependen en gran medida
del narrador o los narradores que los describan y de la forma del contenido que
se quiera dar a conocer.
Danto hace
una explicación muy detallada, en este mismo sentido, sobre la narración
histórica:
[E]n la medida en que el objetivo del historiador es comprender
los pensamientos de otros, su trabajo consiste en re-actualizar pensamientos
pretéritos en su propia mente, en apropiarse de ellos, en definitiva, en
re-pensar. Pero tal actividad de re-pensar no es una mera imitación del pasado,
sino que significa una re-creación puesto que el contexto en el que tal
pensamiento se dio ha desaparecido, es pasado. Esto obliga a pensar que el
historiador no pretende conocer y predecir como simple observador, sino que
adopta el punto de vista de un sujeto, participa y, por lo tanto, delibera,
sopesa, decide.[2]
El objetivo
del historiador, o de aquel que cuenta un fragmento de la historia, es poder
comprender qué sucesos llevaron a que otros se desarrollaran, no simplemente
como un evento causal indefinido sino por la misma capacidad narrativa que el
historiador quiera proveer acerca de los hechos históricos descritos. Danto nos
menciona que: “el objetivo del historiador es mostrar, de manera similar al
científico, que un determinado acontecimiento no se dio por azar, sino que
podía ser esperado en función de ciertos antecedentes o condiciones
simultáneas”.[3]
El historiador, entonces, forma parte de la historia como narrador, porque es
capaz de observar desde un plano externo lo que llevó a que ciertos sucesos
significativos se llevaran a cabo en el devenir histórico y que, de cierta
forma, el resultado de lo que aconteció era de esperarse y no fue una simple
resolución azarosa. Pero ¿a qué nos referimos con significativo? ¿Y cómo es que
el historiador puede determinar lo significante de un evento que sucedió en el
pasado?
Los sucesos
no son algo por sí mismo sino que requieren del sentido que alguien externo
pueda llegar a darles. O’ Gorman nos dice que: “cualquier acto, si se le
considera en sí mismo, es un acontecimiento que carece de sentido, un
acontecimiento del que, por lo tanto, no podemos afirmar lo que es, o sea un
acontecimiento sin ser determinado. Para que lo tenga, para que podamos afirmar
lo que es, debemos postularle una intención o propósito”.[4]
El propósito o la intención, es lo que hace que un suceso se convierta en un
hecho histórico. El fundamento teleológico de un evento, es decir, con mira
hacia un destino, es lo que permitirá que signifique algo para la historia.
Hacia la construcción del pasado
El fundamento teleológico de una
historia, su propósito a futuro, es lo que permite que se determine el
significado de esa historia. Ese fundamento teológico no puede suceder en el
presente con miras hacia el futuro. Foucault dice: “Situando el presente en el
origen, la metafísica obliga a creer en el trabajo oscuro de un destino que
buscaría manifestarse desde el primer momento”.[5]
Las posibilidades que hay a partir del momento actual y presente con idea hacia
el futuro de la historia son incalculables. No es posible predecir lo que va a
suceder y mucho menos tener la falsa creencia de que lo que aconteció
previamente nos permita deducir lo que sucederá en un futuro. El devenir del
mundo es acumulativo pero no está destinado a partir de las condiciones
iniciales como si fuera un sistema cerrado. Existen infinitas posibilidades de
acción que parecen impredecibles para el historiador. Entonces ¿a qué nos
referimos con que existe un fundamento teológico en el trabajo del historiador?
Efectivamente, para Danto:
[L]os acontecimientos históricos sólo adquieren significado
histórico gracias a su relación con acontecimientos posteriores, a los que el
historiador concede importancia en función de sus intereses presentes. Esto,
por supuesto, significa que no hay historia -en el sentido narrativo del
término- del presente, porque el futuro está abierto; no sabernos cómo
organizarán nuestro presente los futuros historiadores o incluso nosotros
mismos”.[6]
Esto
implica que el historiador necesita conocer el futuro de los sucesos y de
cierta manera el destino hacia el que los hechos históricos se van
entrelazando. El hecho histórico tiene un fundamento teleológico pero esto no implica
que el historiador sepa lo que va a suceder en el futuro sino que desde su
perspectiva futura, puede determinar lo que estaba por suceder en un pasado
menos lejano que el del origen de la historia.
El
historiador, por lo tanto, es un genealogista que contribuye a la construcción
de diversos pasados entrelazados con una forma y un contexto específico.
Foucault dice: “La genealogía, como el análisis de la procedencia, se encuentra
por tanto en la articulación del cuerpo y de la historia. Debe mostrar al
cuerpo impregnado de historia, y a la historia como destructor del cuerpo”.[7]
El historiador genealogista, debe comprender que el análisis real de lo que
está haciendo es una articulación entre el cuerpo y la historia que se está
contando, es decir, debe entender que existe una intersección entre aquel que
está contando la historia y aquel que la vivió, pero, y en esto reside un punto
importante para mí, el historiador no puede ser de lleno aquel que cuente la
historia de su propia historia, porque en esto no hay intersección, no hay
impregnación de historia en el cuerpo sino que él mismo intenta ser cuerpo e
historia. El historiador que cuenta su propia historia en cuerpo y mente se
convierte en una fenomenólogo de lo que es en sí mismo y no de lo que la historia
está provocando que él sea.
De la mentira, que no se puede
evitar
Otro punto importante que hay que
aclarar sobre la historia contada por uno mismo, es la capacidad de engañar y
autoengañarse con el discurso o la historia creada por el narrador de la
historia. Mentir es un acto humano que es posible que proceda desde siempre
como método adaptativo de desarrollo colectivo, es decir, como un mecanismo de
sobrevivencia poblacional. Pero para un historiador objetivo, es elogiable que
se busque una pérdida total de este instinto biológico para poder retomar
fácticamente lo que realmente sucedió en el devenir histórico. Derrida nos
define la mentira de la siguiente manera:
Mentir es querer engañar al otro, y a veces, aún diciendo la
verdad. Se puede decir lo falso sin mentir, pero también se puede decir la
verdad con la intención de engañar, es decir, mintiendo. Pero no se miente si
se cree en lo que se dice, aún cuando sea falso. Al declarar que cualquiera que
enuncie un hecho que le parezca digno de ser creído o que en su opinión sea
verdadero, no miente, aunque el hecho sea falso.[8]
En el
engaño está la mentira. Mentir no es lo mismo que no conocer la verdad, es
querer ocultar esa verdad o incluso decir la verdad pero con una
intencionalidad de engañar al receptor de la mentira: “Pues es por la intención
(ex animi sui) que hay que juzgar la moralidad de los
actos”.[9]
El historiador puede equivocarse debido a que no conoce el escenario completo
de sucesos que se llevaron a cabo en el pasado, pero no puede ni debe mentir
nunca; eso es incuestionable. La verdad debe ser parte de su exploración pero
la verdad en el hecho histórico significativo puede parecer muy subjetiva,
sobre todo vista desde una percepción alejada del pasado en el cual, el
acontecimiento, de hecho sucedió. La verdad según Nietzsche:
Es un ejército móvil de metáforas, metonimias, antropomorfismos,
en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas,
extrapoladas, adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado
uso, a un pueblo le parecen fijas, canónicas, obligatorias: las verdades son
ilusiones de las que se ha olvidado que lo son, metáforas que se han vuelto
gastadas y sin fuerza sensible.[10]
Este
conjunto de metáforas sobre la realidad y que parecen establecerse
canónicamente en el intelecto humano, pueden ser inamovibles con el paso del
tiempo. Pero la verdad histórica tiene la ventaja de poder ser re-entendida y
re-confirmada posteriormente con el surgimiento de nueva evidencia histórica.
Si esto se logra, la historia puede ser tratada como una ciencia y permitir que
la realidad del pasado pueda ser asegurada, no como algo inquebrantable, sino
como algo que se autocorrige cuando es mostrada una nueva verdad.
Para que
esto pueda pasar, sin embargo, es necesario de un funcionamiento de autocrítica
y autoapelación que permita la reincorporación de nuevos datos y hechos
históricos que complementen la historia previamente conocida. Esto es posible
gracias a la colectividad de las historias y del estudio de los hechos
históricos que se cuentan de forma asociativa entre los seres humanos que la
viven o que la escuchan. En las autobiografías, el único que está contando la
historia es aquel que la ha vivido y existe la posibilidad de que el dictamen
de los sucesos declarados sean interpretaciones propias con intención de
autojustificación de lo que una misma persona vivió en su pasado. De esta
manera, el actor intelectual de estas historias, estaría coludido con aquel que
llevó a cabo el hecho y, de la misma manera, podría ser una mentira
autoinculcada por ese mismo sujeto.
Derrida nos
dice: “Por definición, el mentiroso sabe la verdad, si no todo la verdad, por lo menos
la verdad de lo que piensa, sabe lo que quiere decir, sabe la
diferencia entre lo que piensa y lo que dice: sabe que miente”.[11]
Pero en este caso: ¿Nos podría mentir aquel que cuenta la historia de su vida?
¿Es posible que exista un autoengaño por su propia cuenta? ¿Cómo saber si la
historia de su propia vida es una verdad o una mentira? No lo sabemos, no
podemos someternos a la misma confianza que la intersubjetividad académica de
la historiografía nos remite. Es cierto que tampoco debemos creer por completo
en la historia contada por muchos pero podemos, al menos, inmiscuirnos e
intervenir en esa historia si tenemos evidencias suficientes para
contradecirla. En la autobiografía esto es prácticamente imposible.
La historia es un trabajo colectivo
Es cierto que los hombres y las
mujeres son los que cuentan la historia. Entonces ¿por qué dudamos de la
veracidad de las afirmaciones de una persona acerca de su propia vida? O’
Gorman nos contesta esta pregunta de la siguiente manera: “lo significativo es,
ciertamente, lo que hacen los hombres, pero lo que hacen en cuanto instrumentos
de los designios de la historia”.[12]
El ser humano es un ser histórico porque siempre estará encadenado a su propia
historia y hacia el relato de la misma. Es evidente que el ser humano tiene un
papel importante en su propia historia ya que lo que le acontece a los
individuos es lo que le dará significado a los hechos históricos. La historia,
sin embargo, es una designación que no depende exclusivamente de aquel que
cuenta la historia, sino que debe ser creada con el fin de contribuir a un ente
mayor y mucho más complejo que el ser humano individual; debe desempeñarse para
la colectividad.
Un hecho
histórico es, en primera instancia, un acontecimiento que, al ser narrado desde
una perspectiva posterior al hecho en sí, puede cobrar significado en el
desarrollo de una trama histórica colectiva. White hace referencia a esta
cuestión desde la siguiente perspectiva:
Lo que hacía posible un modo de indagación específicamente
histórico era el interés en una modalidad de comunidad humana específicamente
política; y la naturaleza política de este modo de comunidad exigía una
modalidad narrativa para su representación. Así considerados, los estudios
históricos tenían su propio objeto, a saber «aquellas colisiones importantes
entre deberes, leyes y derechos existentes y reconocidos y cuyas contingencias
son adversas para este sistema establecido».[13]
De acuerdo
a White, la narración histórica es fundamentalmente un modo de indagación
política y social sobre una comunidad humana en específico. De esta forma, la
indagación histórica tiene como objeto el estudio de eventos importantes en el
devenir de una comunidad o sociedad establecida políticamente. White, también,
nos menciona que: “un acontecimiento específicamente histórico no es un acontecimiento
que pueda introducirse en un relato cuando lo deseé el escritor; más bien es un
tipo de acontecimiento que puede «contribuir» al «desarrollo de una trama»”.[14]
Es un suceso que puede obtener significado siempre y cuando contribuya a la
trama de un relato colectivo de la sociedad humana y pueda introducirse como un
evento que acontece y se relaciona con un sistema histórico en conjunto.
La
autobiografía pierde su importancia histórica al hacer referencia hacia un solo
individuo en su propio sistema cerrado. Es cierto que en algunos casos es
considerado (sobre todo aquellas autobiografías de personajes inmiscuidos en la
política o de cierto interés social) como un parteaguas para el entendimiento
de un evento histórico político-social. Pero se encuentra con la problemática
de pertenecer a un evento descrito por un historiador aislado, que no toma en
cuenta el relato ulterior de los que le siguieron o de los que lo acompañaron
en su propia historia. Más aún, cuenta su propia historia que puede estar
amenazada por la interpretación propia de los hechos que le sucedieron a él
mismo. Así, deja de ser importante para la trama del relato y, a su vez, deja
de ser importante para la historia en sí.
El hecho
histórico, de acuerdo con White, debe contener ciertas características, de las
cuales, posiblemente la más importante de denotar es que: “Para poder ser
considerado histórico, un hecho debe ser susceptible de, al menos, dos
narraciones que registren su existencia. Si no pueden imaginarse al menos dos
versiones del mismo grupo de hechos, no hay razón para que el historiador
reclame para sí la autoridad de ofrecer el verdadero relato de lo que sucedió
realmente”.[15]
Un hecho histórico debe ser necesariamente capaz de ser cuestionado en
autenticidad por al menos dos narraciones congruentes entre sí. Sin la
capacidad de que se registre su existencia desde, al menos, dos perspectivas
distintas, no hay manera de que el supuesto historiador determine el hecho
histórico como parte de la realidad del devenir humano.
El arte de
crear una historia congruente reside en la capacidad de entrelazar historias
ajenas en una sola y que concuerden y sean coherentes entre sí. La
autobiografía, por definición, no permite que esto suceda y, es así, como
pierde por completo su capacidad de ser corroborada por fuentes alternas, sobre
todo, cuando la historia que se cuenta no es de una facticidad sino de una
consideración metafísica como en el caso de las ideas, los pensamientos o
sentimientos de esas personas que narran la historia.
Una vez que
hemos entendido que las autobiografías poseen errores sustanciales para la
investigación científica-histórica que no les permite pertenecer de lleno al
estudio de los sucesos pasados. Es, entonces, cuando nos preguntamos ¿qué
función pueden tener para el devenir histórico? A mi parecer, la autobiografía
simplemente nos sirve como una experiencia histórica de la vida de un sujeto.
La autobiografía está aislada de la
historia
Una experiencia histórica de la
vida no es lo mismo que una narración histórica. En la narración histórica
hemos entendido que se requiere de una facticidad mediada por el significado,
la verdad, la narrativa y la interpretación de muchos autores sobre los
acontecimientos de los sucesos pasados del ser humano como colectividad. Es
cierto que existe la posibilidad de narrar la historia de una sola persona pero
siempre y cuando, los sucesos narrados sobre estas personas, estén justificados
para darle un significado evidente dentro de una trama en un evento histórico y
siempre recordando la importancia socio-política que corresponde. En la
autobiografía, lo que encontramos, es la narración de una experiencia aislada
del pasado, un acontecer que, en principio, no puede ser valorado como
significativo porque no ha acabado. En segundo lugar, la autobiografía no puede
ser reinterpretada a futuro, porque depende de las experiencias propias de un
solo ser humano. La autobiografía, dice Filippi: “no tiene pues nada que ver,
desde su comienzo a su fin, con la descripción ‘históricamente objetiva’, sino
con un ahondamiento en la profundidad del ser que él mismo es”.[16]
La autobiografía, de esta manera, cobra un sentido más intimo de conocimiento
sobre el autor, una verdadera fenomenología de ese ser humano particular, pero
no del ser humano en sí, como ente.
La
cronología, en una autobiografía, tampoco es tan importante. Filippi dice:
“Esta reflexión retrospectiva e introspectiva no se resuelve, naturalmente, en
una autobiografía ceñida a la cronología, sino que se traduce en la indagación
existencialmente comprometida sobre ciertas etapas y acontecimientos
significativos”.[17]
Lo que nos otorga una autobiografía, más que un hecho histórico
cronológicamente acertado y con rigor fáctico, es una indagación sustancial
sobre el ser de la persona que nos está narrando su historia. Es, al fin y al
cabo, un encuentro con su ser más íntimo, una reflexión introspectiva y
retrospectiva de su ser contado desde su experiencia personal, algo a lo que
nadie podrá llegar jamás.
Es evidente
que esto conlleva la problemática antes descrita de la autenticidad de la
historia. Pero, si entendemos que la autobiografía no es una narración
histórica, podremos entender que la veracidad está intercedida por la
autodefinición del ser que cuenta su propia historia. Nietzsche menciona: “En
la medida en que el individuo quiera conservarse frente a otros individuos, en
un estado natural de las cosas, tendrá que utilizar el intelecto, casi siempre,
tan sólo para la ficción”.[18]
La autobiografía nos crea una ficción de la vida individual de un ser, pero
esta creación, aunque puede ser ficticio, es la autorepresentación de ese ser
individual en su propia existencia. Esto
lo convierte en un elemento trascendente para la metafísica, no así para la
cuestión histórica. Nietzsche complementa lo anterior con lo siguiente:
En realidad ¿qué sabe de sí mismo el hombre? ¿Sería capaz de
percibirse a sí mismo, aunque sólo fuese una vez, como si estuviese tendido en
una vitrina iluminada? ¿Acaso no le oculta la naturaleza la mayor parte de las
cosas, incluso sobre su propio cuerpo, de forma que, al margen de las
circunvoluciones de sus intestinos, del rápido flujo de su circulación
sanguínea, de las complejas vibraciones de sus fibras, quede recluido y
encerrado en una conciencia orgullosa y embaucadora?[19]
El ser
humano, individualmente, puede llegar a conocerse a sí mismo a partir de la
escritura de sus propias historias, y es posible que intente comunicarlas y
demostrarle al mundo su autoconocimiento. Al final, lo único que puede crear
una autobiografía, es una exploración del ser en sí mismo; es una experiencia
histórica de un mismo ser sobre su propio ser. Esto puede servir para convencer a aquel que se encierra
en su propia historia y describe sus cualidades y sus juicios, pero al final,
no hay creación de identidad ni veracidad sobre nada más que sobre la
interpretación de su ser por sí mismo. La autobiografía sólo le sirve al que la
escribe y a nadie más.
Conclusiones
La historia, muchas veces, es
insuficiente para crear conocimiento sobre los seres individuales a pesar de su
búsqueda de veracidad y de facticidad. En diversas ocasiones la historia no le
hace justicia a grandes personajes que han participado en eventos históricos y
es por esto que muchos de ellos intentan autoproclamar su historia. La
autobiografía, sin embargo, es imposible que pueda otorgarles las
consideraciones que requieren aquellos seres sobre su historia. La historia es
una proclamación de objetividad narrativa con significado identitario hacia la
colectividad; la autobiografía es una búsqueda de la autodesignación del ser
individual sobre sí mismo. La autobiografía es la cúspide de la subjetividad
histórica, que puede mostrarnos una expresión metafísica y ontológica de los
seres que la narran, pero jamás podrá llegar a tener un significado elocuente
con el devenir histórico. La autobiografía de cualquier persona nunca podrá
llegar a ser más que una buena historia sobre individuos que creen poseer una
buena historia que contar.
Bibliografía
•
Danto, Arthur, Historia y Narración,
Ensayos de filosofía analítica de la historia, Eduardo Bustos (trad.),
Barcelona, Paidós, 1989, pp. 155.
•
Derrida, Jacques, Historia de la
mentira: Prolegómenos, (Conferencia dictada en Buenos Aires en 1995.
Organizada por la Facultad de Filosofía y Letras y por la Universidad de Buenos
Aires) en http://www.medicinayarte.com/libros-digitales/oficina/biblioteca/prolegomenos.htm.
•
Filippi, Silvana, Cristianismo y
neoplatonismo en San Agustín: la crítica heideggeriana, Argentina, Enfoques,
vol. XXII, núm. 1, 2010, pp. 15-29.
•
Foucault, Michel, Nietzsche, la
genealogía, la historia, en http://www.pensament.cat/filoxarxa/filoxarxa/pdf/Michel%20Foucault%20-%20Nietzschegenealogiahistoria.pdf.
•
Nietzsche, Friedrich, Sobre
verdad y mentira en sentido extramoral, Simón Royo Hernández (trad.) en https://www.lacavernadeplaton.com/articulosbis/verdadymentira.pdf.
•
O’ Gorman, Edmundo, La invención
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del sentido de su devenir, México, Fondo de Cultura Económica, 2006, pp.
256.
• White, Hayden, El contenido de la forma, Narrativa, discurso y
representación histórica, Jorge Vigil Rubio (trad.), Barcelona, Paidós,
1992, pp. 229.
[1] Hayden White, El contenido de la forma, p. 34.
[2] Arthur
Danto, Historia y narración, p. 17.
[3] Íbidem,
p. 13.
[4] Edmundo
O’ Gorman, La invención de América, p. 53.
[5] Michael
Foucault, Nietzsche, la genealogía, la historia, 4.
[6] Arthur
Danto, Historia y narración, p. 26.
[7] Michael Foucault, Nietzsche, la genealogía, la historia, 3.
[8] Jacques Derrida, Historia de la mentira: Prolegómenos.
[9] Íbidem.
[10] Friedrich Nietzsche, Sobre verdad y mentira en sentido
extramoral, p. 6.
[11] Jacques Derrida, Historia de la mentira: Prolegómenos.
[12] Edmundo O’ Gorman, La invención de América, p. 46.
[13] Hayden White, El contenido de la forma, p. 45.
[14] Íbidem, pp. 68-69.
[15] Hayden White, El contenido de la forma, p. 34.
[16] Silvana Filippi, Cristianismo y neoplatonismo en San Agustín:
la crítica heideggeriana, p. 18.
[17] Ídem.
[18] Friedrich Nietzsche, Sobre verdad y mentira en sentido
extramoral, p. 4.
[19] Ídem.
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(Juan O' Gorman, autorretrato múltiple)
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