La locura es un atajo hacia la muerte del ser


La vida y la muerte no se pueden separar, existen juntas. La una no es sino por la presencia de la otra. Existe un vínculo casi divino entre la vida y la muerte. El fin de la vida comienza la muerte y con la muerte se preserva la vida de otros seres. Es un ciclo eterno que ha perdurado casi la existencia misma de nuestro planeta. Pero hay un tipo de muerte que puede existir dentro de la vida y no cuando acaba, en el momento en que la vida pierde la facultad de representarnos algo importante uno se puede matar, o se puede matar a alguien más; no hablo del suicidio ni del asesinato sino de la locura. Ese instante en el que la vida deja de existir para convertirse en algo irreconocible. La vida se pierde dentro de la vida, se tiene una vida incomprensible que intenta reconocerse a sí misma pero que el resto no puede distinguir como tal. La locura es, en sí, matar a un ser que existía para convertirlo en otro y, por tanto, el ser anterior desaparece, muere.


Bataille dice: <el erotismo es la aprobación de la vida hasta en la muerte> (Bataille, 1985). Yo digo: la locura es la aprobación de la muerte hasta en la vida. Para Bataille, el erotismo es una manera de representarnos que estamos vivos, es un juego entre seres discontinuos que buscan continuidad, y que buscan en sí un propósito hacia lo que es de por sí natural. La reproducción es algo que todos los seres vivos hacemos, desde los organismos unicelulares hasta los más complejos desarrollamos mecanismos de reproducción para continuar existiendo, para mantener la continuidad de nuestra existencia. En lo fundamental, hay pasos de lo continuo hacia lo discontinuo y viceversa. Somos individuos discontinuos que morimos aisladamente, pero tenemos la nostalgia de la continuidad perdida a la que en algún momento pertenecimos. La vida y la muerte representan esta discontinuidad y continuidad con la naturaleza. Siempre estamos tratando de sustituir el aislamiento del ser y su discontinuidad con la continuidad profunda que podemos obtener tras el encuentro de dos individuos o tras la muerte que nos regresa en cada partícula a donde pertenecimos. El erotismo nos permite alcanzar al ser ajeno en lo más íntimo, el ser discontinuo se disuelve para mezclarse con el otro ser en la cópula y en el orgasmo. <Toda la actuación erótica tiene como principio una destrucción de la estructura del ser cerrado que es en estado normal un participante del juego> (Bataille, 1985). Los cuerpos se abren a la continuidad por este comportamiento, porque la mente en el juego lo es todo, los cuerpos sólo sirven de mecanismo, el erotismo se siente en la mente, en el ser, en la existencia misma. Cuando morimos, en cambio, no sólo regresamos en la mente sino también en el cuerpo, nos reintegramos con la naturaleza que nos permitió existir, continuamos nuestra existencia en ella, ya no estamos más alejados de lo natural. La mente y la razón humana, por tanto, juegan un papel fundamental en esta explicación porque nos distingue de los demás seres, nos hace partícipes de la consciencia del ser y nos abre la posibilidad de entendernos separados de los demás. Eso es lo que nos hace discontinuos, es lo que nos hace individuos. La muerte y el erotismo, por lo tanto, nos sirven para reencontrarnos con la naturaleza, son dos acciones que no podemos evitar de nuestro instinto pero que, al entenderlos con la razón, intentan evitarse para no regresar a la animalidad y así perder nuestra esencia humana.
Bataille describe el erotismo como algo alejado de la sexualidad animal. <El erotismo del hombre difiere de la sexualidad animal en eso justamente, en que pone a la vida interior en cuestión. El erotismo es en la conciencia del hombre lo que pone en él al ser en cuestión> (Bataille, 1985). La diferencia entre lo animal y lo humano permite que se sienta distinto, que el ser se exponga y que haya cuestionamiento y desarticulación de la razón. La locura se parece mucho al erotismo. Bajo la premisa de Bataille, el erotismo nos libera de la coyuntura social en donde la discontinuidad es esencial para que el sistema subsista. El erotismo desequilibra la conciencia y la racionalidad para acercarnos hacia lo continuo que es alejado de la vida estable. Entonces, el humano, para corresponder a esta necesidad de animalidad que nos regresaría a la naturaleza, crea el interdicto, la prohibición. Asimismo sucede con la muerte, los animales matan por instinto de sobrevivencia o por necesidad de alimentación, el ser racional no debería hacerlo, pero sus impulsos siguen ahí, mata y copula por placer. Es necesario que se desarrolle un interdicto para que no se pierda la racionalidad. Las prohibiciones nos mantienen alejados de la animalidad. Pero tanto la muerte como la cópula se necesitan para la subsistencia de la humanidad, el ser humano se encuentra con una paradoja porque sigue siendo un animal, así que transgrede el interdicto, cuando se requiere, cuando es necesario para la obtención de poder o cuando requiere reproducirse, así ya no es animal por asesinar o por desear el sexo, al contrario, eso es lo que lo vuelve humano, transgredir el interdicto que la racionalidad creó. 
El erotismo y la muerte se relacionan de esta manera. Bataille incluso menciona que el erotismo en su máxima expresión nos acerca a la muerte y nos permite regresar al estado natural, pero no al estado animal, porque ese ya se rebasó, nos pone en un estado de transgresión del interdicto que se formó para sobrevivir en sociedad y sobrellevar los instintos animales; un interdicto que es instaurado por el ser humano racional y no por una ley natural de la vida como en el caso de los animales. El erotismo y la muerte y todos los comportamientos que los acompañan, nos acercan a la continuidad de la naturaleza y nos recuerdan que estamos vivos, que somos naturaleza.

La locura, así como el erotismo, es exclusiva del ser humano. La locura es una transgresión del interdicto, es incluso, a mi parecer, más poderosa que el erotismo. La locura deshace la discontinuidad de forma tajante, el loco existe fuera de la normatividad. Cuando alguien se reconoce loco se aleja de la racionalidad y de todo lo que nos hace humanos, la percepción de los humanos hacia ese otro ser humano pierde sentido de existencia, pierde razón de ser. Pero el loco no tiene esta búsqueda por su propia consciencia, es llevado a ella, es desplazado por la naturaleza hacia una forma más frágil de humanidad, hacia un comportamiento casi animal, de violencia, de desentendimiento, de ignorancia o de perversión. El loco reproduce comportamientos que parecen animales pero con cierta conciencia que es humana. El loco está en el Limbo, no pertenece a ningún lado. La sociedad lo condena ante algo que no puede evitar porque está en su naturaleza alejarse de esa misma sociedad que lo condena.
El erotismo, según Bataille, provee de una violencia que degusta. Se dirige siempre hacia la muerte, fascina aunque asusta, es un impulso de transgresión deseado. Pero la locura patológica es desencantada, repele los sentimientos de búsqueda, nadie quiere estar loco, no se desea transgredir de esa forma la consciencia porque la muerte se acerca pero no por fascinación. No es una transgresión del interdicto por deseo, es una transgresión del interdicto por obligación, por imposición natural y, entonces, ya no es una transgresión. La naturaleza nos obliga a transgredir y de eso no podemos huir. <Por su actividad, el hombre edificó el mundo racional, pero siempre subsiste en él un fondo de violencia. La propia naturaleza es violenta y, por más razonables que lleguemos a ser, una violencia puede de nuevo dominarnos, que ya no es la violencia natural, sino la violencia de un ser de razón> (Bataille, 1985). A esta violencia, el ser de razón responde con la guerra, con el asesinato a un condenado a muerte o a alguien despreciable. Estas actividades son edificadas en nuestra sociedad como violencias razonables, porque se mantienen dentro del interdicto, hay una transgresión pero entendida, racionalizada. Pero la naturaleza del loco no es razonable, el loco patológico, aquel obligado por la naturaleza a ser lo que es, no vive ya en el interdicto de la razón y por tanto no puede transgredir nada para volver a su continuidad, porque ya ni siquiera es discontinuo, ya se le ha reformado, se le ha impuesto volver a ser instintivo, se le ha obligado a ser animal otra vez, ha perdido su individualidad como ser humano. No podemos desprendernos de nuestra naturaleza, ella nos hizo, ella somos. El humano se preocupó por eso y creo la normativa, lo que se debe ser, alejados de los animales creamos la belleza, la inteligencia, la responsabilidad, cómo métodos de subsistencia y de desprecio hacia nuestra naturaleza: <Un hombre, una mujer son en general considerados como bellos en la medida en que sus formas se alejan de la animalidad> (Bataille, 1985). Pero estas reglas se despedazan con el loco, con el muerto y con el perverso, que muchas veces es el mismo. <Yo no soy tonto porque todas las veces que me encuentro tonto, me niego, me mato> (Valery, 1972). Si nos encontramos fuera de la construcción edificada del ser humano, mejor nos negamos, nos matamos. Con el interdicto se trata de negar lo que se supone no es humano en nosotros y se elimina para que la existencia del ser humano no se tambaleé, para que las descripciones del ser humano no se vuelvan ambiguas, para que los términos no se deban reivindicar; porque la fragilidad del ser humano está ahí, en su propia naturaleza.

Le tememos a la muerte porque nos muestra la mentira de la discontinuidad, nos enseña que somos continuos con la naturaleza. Nadie conoce la muerte, es una experiencia que no se puede recrear <en realidad, no hay una experiencia de la muerte. En el sentido propio, no es experimentado sino lo que ha sido vivido y hecho consciente. Aquí lo más que puede hacerse es hablar de la experiencia de la muerte ajena> (Camus, 1995). Pero, tenemos la locura para experimentarla. Quien haya conocido la demencia conoce la muerte del espíritu. Ha visto la muerte de un ser que existía y que parece ya no estar en su cuerpo. Un ser que se extinguió en materia que ya no le pertenece porque ni siquiera puede controlarla. Con la locura patológica podemos ver la muerte y sentirla, sobretodo cuando el loco vuelve en sí por escasos momentos y se regenera su discontinuidad, sólo para avisarnos que ahí sigue pero que ya no está. La locura nos enseña lo mismo que la muerte pero sin la necesidad de la putrefacción, sin la necesidad del rito, de la devoción, de lo sagrado y lo profano. Sólo la muerte de la mente, sólo la muerte del ser. Ahí está, se ve, es una muerte que se puede tocar, un continuo con la animalidad que se representa en lo vivo, similar al sentimiento erótico, pero mórbido. No es casualidad que la locura se asocie, en muchos casos, con la perversión sexual y, en otros, con la violencia. ¿Cómo la locura   puede no ser violenta si se distingue por ser la muerte de la existencia racional de un ser? Se animaliza la razón, se vuelve agresiva, se vuelve erótica, se vuelve muerte. Toda muerte y toda locura son violaciones del ser.

La locura patológica, aquella que es obligada por la naturaleza, está determinada por la incapacidad de relacionarse con lo externo, con el mundo racional que la rodea. Esta locura intenta ser racionalizada a partir de la ciencia. Algunos, dedican largas horas a asociar conductas con sistemas fisiológicos, tienden a las neuronas y al cerebro para explicar la consciencia que ya no es consciente de sí mismo. Dedican su vida para convencerse y convencernos de que la locura es un comportamiento desasociado de la realidad, pero no se plantea que la realidad para esas personas puede existir sin la necesidad de sus explicaciones. Siempre se es loco a expensas de otro, siempre se es libre a expensas de otro. <Los discursos de un loco, por ejemplo, son absurdos con respecto a la situación en que se encuentra, pero no con respecto a su delirio> (Sartre, 2011). Su delirio es propio, es su libertad. Pero no es su consciencia, por eso no es su locura, es la de los demás. Los demás la viven y por tanto la reprimen, la estigmatizan, la violentan, y la tratan de aniquilar. Es un interdicto, es una prohibición estar loco. 
La violencia, entonces, se generaliza, ya no es sólo el loco el que es violento ante la sociedad, las normas son violentas hacia ellos, la violencia se distribuye en los demás actores de la sociedad. Y qué más puede hacer la violencia distribuida que matar lo que está vivo, con conciencia de que se está matando. Se transgrede el interdicto y se mata al loco, se encierra, se destituye, se le quita todo reconocimiento humano, se convierte en un ente sin lugar en la sociedad, se le mata. ¿Y el loco? ¿qué siente? No hay consciencia en la locura. El loco nunca busca matarse en la razón. Algunas veces busca morir físicamente en el suicidio, pero es que ya ha estado muerto, sin siquiera pedirlo, sin la libertad de elección. El loco andará por ahí vagando en el mundo coherente que sólo es una normalidad creada por los absurdos colectivos. Para ellos el loco está muerto siempre. Ahora puede hacer lo que quiera, ya está muerto, ya nada de lo que haga importa realmente. Es un ente sin sentido. 

Hay otra locura que debe preocuparnos y es la locura del absurdo. El absurdo existe en todo momento, la vida es absurda cuando se piensa como una discontinuidad de la continuidad natural. La vida no tiene sentido si no hay nada más allá de la muerte, cuando se desprende de la continuidad que lo sagrado puede otorgar en el rito, parece que ya no queda más de la existencia <quienes se suicidan suelen estar con frecuencia seguros del sentido de la vida> (Camus, 1995). Si ya no hay sentido se puede morir en paz, sin la necesidad de sentirse mal. El suicida elige desaparecer de la discontinuidad y volverse continuo con la naturaleza porque ya no le importa, ya no hay interdicto y por tanto ya no hay transgresión. La muerte ya no tiene importancia en su vida. <Morir voluntariamente supone que se ha reconocido, aunque sea instintivamente, el carácter irrisorio de [la] costumbre, la ausencia de toda razón profunda para vivir, el carácter insensato de esa agitación cotidiana y la inutilidad del sufrimiento> (Camus 1995). Ya no hay necesidad de sufrir en el mundo y estar en discusión con la naturaleza sobre si se debe realizar una transgresión al interdicto o no, ya no hay erotismo, ya no se es libre y ya no se es racional. La locura nos encuentra aquí en una paradoja. Muchos piensan que el suicida está loco, está fuera de razón, pero el loco no elige estar loco, no hay razón en él, en cambio, el suicida elige acabar con su desgracia. El suicida no es un loco, es aquel que reconoció que no hay razón profunda para seguir existiendo. El suicida busca una solución absurda al absurdo de la vida. <Un hombre que adquiere conciencia de lo absurdo queda ligado a ello para siempre. Un hombre sin esperanza y consciente de no tenerla no pertenece ya al porvenir> (Camus, 1995). Querer morir porque no hay más que hacer en la vida no es estar loco, hay un deseo de morir, hay una elección.
Pero el que debe preocuparnos más y al que debemos temer no es al loco ni al suicida si no al loco que tiene poder. El poder sobre otros seres humanos le da la capacidad de mantener su realidad fuera de sí mismo, de convertir la normativa en su demencia y realizar con ella lo que quiera. Recordemos que la vida del loco es la muerte del ser, dada por la hegemonía de seres humanos que buscan alejarse de la continuidad natural y que encierran al loco en su muerte prematura. Pero cuando este tiene poder, la continuidad se desfigura, lo natural ya no parece natural y se pierde en la percepción de la normatividad impuesta por el poderoso. El emperador loco, el rey loco, el gobernante loco, el jefe loco, el científico loco; aquellos que pueden cambiar la esencia de lo que significa ser humano, ponen en peligro las líneas divisoras entre la conducta animal y la humana. Nos acercan sin darnos cuenta a la transformación del interdicto y por tanto de la transgresión; lo imposible se vuelve posible y viceversa. Todo depende de la construcción que el loco administra. Calígula le dice a Escipión: <Se trata de lo que no es posible, o más bien, de hacer posible lo que no lo es>. Ante lo que Escipión responde: <Pero ese juego no tiene límites. Es la diversión de un loco>. Calígula complementa: <No, Escipión, es la virtud de un emperador. (…) ¡Ah, hijos míos! Acabo de comprender por fin la utilidad del poder. Da oportunidades a lo imposible> (Camus, 2008). El loco con poder puede hacer que lo imposible se vuelva realidad, resucita a los muertos, se resucita a sí mismo. El loco, o se castiga y se asesina en vida, o se glorifica y se usa como referente de vida, todo depende de aquellos que lo sigan. La construcción de su mundo ya no es sólo para él, es para todos los que dependen de él. Su mundo de locura se expande y la normativa ahora es distinta, ya no depende de lo que percibimos como natural o no, depende de lo que el loco percibe de su realidad. Pero ¿es posible que la normativa en la que creemos existir con interdictos y transgresiones, sea también creada por locos con poder? ¿Estaremos viviendo la paradoja de las prohibiciones y de las transgresiones que se nos han construido como realidades? Y, si es así, ¿de que depende la locura? ¿quién es el loco realmente? 

El loco es aquel que está muerto en vida pero que no quiere morir. <Matarse, en cierto sentido, y como en el melodrama, es confesar. Es confesar que se ha sido sobrepasado por la vida o que no se la comprende>. La muerte nos revela la locura. El loco no quiere morir, ni racional ni fisiológicamente, pero ya está muerto en vida, no por él, sino porque lo han matado. Cuando la sociedad lo especifica el loco desaparece, es asesinado, ya no se respeta su existencia. El loco no quiso morir, pero presenció su muerte ante todos los demás. Cuando el loco se empodera, cambia la realidad de los demás. Aún así, está muerto, ya no vive para sí mismo en su discontinuidad, pero el loco empoderado quiere morir y por eso cambia todo, para trascender, para mantenerse vivo en la mente de los demás. El que quiere morir, no está loco, está deseoso de desaparecer, se confiesa racional. El loco no quiere desaparecer. 
Pero hay un ser que no que no debemos olvidar, y es el más cuerdo de todos. Aquel que ha entendido la muerte como parte de la vida, aquel que puede esperarla sin miseria, ese es el más cuerdo de todos. Es libre de elegir su destino. No tiene propósito superior en la vida que existir, y por eso no se suicida, porque existe, es un loco para muchos pero es un cuerdo para sí mismo. Incluso el loco patológico, que es empujado a su animalidad por la naturaleza, puede ser cuerdo mientras se reencuentra con su naturaleza. Se tiene a sí mismo y puede ser dichoso con ello. Es más cuerdo que el que vive con miedo de ser asesinado por los demás. El que entiende la vida con la muerte se desprende del miedo y puede ser feliz, alegre con lo que es y con su existencia. El cuerdo es como Sísifo en su montaña, con su roca, con sus tareas diarias que aunque sean la misma por la eternidad, son suyas. <Toda la alegría silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa. (…) Cada uno de los granos de esta piedra, cada fragmento mineral de esta montaña llena de oscuridad, forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo dichoso> (Camus, 1995). Sísifo y el cuerdo son dichosos porque son libres de vivir en su discontinuidad, mueren cuando tengan que morir, no niegan la muerte, no huyen de ella, aunque los asesine la normativa antes de su muerte biológica, se mantienen vivos por el tiempo que dure su existencia y nada más. El cuerdo que es loco para los demás no intenta cambiar las experiencias ajenas para acomodarlas a su locura, sólo existe, no es como el loco con poder, no le interesa el poder, le interesa su dicha y la disfruta con lo que es. Cuando el cuerdo se encuentra consigo mismo ya no cree en su locura, ya no se siente alejado de los seres que lo rodean, ya no se siente solo en su existencia, ahora es libre. El loco está solo, tanto en la vida como en la muerte. <[M]e sentía tan espantosamente solo que pensé en el suicidio. Lo que me contuvo fue la idea de que nadie, absolutamente nadie se conmovería con mi muerte, que estaría más solo en la muerte que en la vida> (Sartre, 2011). Pero al cuerdo nada de esto le importa, no necesita un porvenir, necesita un vivir. El loco busca trascender, mantenerse eterno, seguir siendo discontinuo porque fue alejado de ese ser que era antes, aquel que sí era amado por la normatividad, teme la continuidad y es justo por eso que es loco, busca hacer posible lo imposible. Si su locura le permite tener momentos de racionalidad y tiene poder trata de crear mundos donde sea discontinuo, trata de normalizarse formando interdictos y transgresiones inventadas, pero nunca podrá huir de la continuidad que es la muerte total del ser, la muerte biológica. La naturaleza nos domina, no hay nada que hacer ahí, pero el cuerdo puede vivir felizmente. Los hombres mueren y no son felices, los locos mueren antes de morir realmente, el cuerdo muere hasta que la naturaleza se lo ordena e incluso ahí, es feliz. Vivir la felicidad en el absurdo le da cordura a la existencia del cuerdo y le permite existir sin la necesidad de ser juzgado, sin que alguien más decida si está muerto o no. <Puedo sentir mi corazón y juzgar que existe. Puedo tocar este mundo y juzgar también que existe. Ahí termina toda mi ciencia y lo demás es construcción> (Camus, 1995). 
El loco existe en una realidad construida por la “razón” humana, si no se tiene poder, el loco se asesinará, dejará de existir para que la “razón” no se pierda, para que el humano siga siendo humano en su definición construida. Si se tiene poder, el loco podrá modificar esa “razón” y volverla suya, y los que queden y sigan tendrán que desarrollar una nueva realidad, nuevos seres discontinuos huyendo de lo que se les dijo que es la animalidad y la naturaleza, la huída de los instintos; una realidad que huya de lo más natural de la vida del ser, que trate de evadir hasta su propia muerte. Pero el cuerdo puede existir sabiendo lo que es, su porvenir, a lo que se somete, a su unión inherente con la naturaleza y, entonces, puede ser feliz y dichoso, con su vida, en su propia locura, absurdidad o erotismo; puede existir incluso ahí, en su propia muerte.

Bibliografía:
  • Bataille G (1985) El erotismo. (tr. Antoni Vicens) Tusquets Editores, Barcelona.
  • Camus A (1995) El mito de Sísifo. (tr. Luis Echávarri) Alianza Editorial, Madrid.
  • Camus A (2008) Calígula. Fondo de Cultura Económica, Madrid.  
  • Sartre JP (2011) La náusea. Alianza Editorial, Madrid.
  • Valery P (1972) El señor Teste. (tr. Salvador Elizondo) UNAM, México.
  • https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Angelo_Bronzino_003.jpg


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