Sobre Observaciones sobre el pensamiento filosófico


En este texto, Theodor W. Adorno, problematiza diferentes maneras de realizar el pensamiento con una crítica directa a la dificultad del ser humano de ser crítico y espontáneo en un mundo construido bajo un sistema que se estabiliza lo antes posible ante un suceso emergente.
Antes que nada él dirige su texto a distinguir entre pensar filosófico y pensar, digamos, por el simple hecho de pensar, por contenido. El pensamiento filosófico muchas veces es tomado como un pensamiento demasiado abstracto como para ser plasmado en la sociedad, es criticado por su falta de sentido común o de su relación directa con los problemas tangibles que en ella se encuentran. Desde la Ilustración el pensamiento filosófico intentó modernizarse y fructificar en un desarrollo social que permitiera un crecimiento del entendimiento del ser, pero al tratar de independizarse del pensamiento abstracto que lo determina se volvió presa de la cosificación por un método similar al que de por sí ya trabajaban las ciencias en ese entonces. Esto se evidencía en las máquinas cibernéticas autónomas, que cosifican el pensamiento por su capacidad de realizarlo mucho más rápido que lo que el mismo ser que las creó puede llegar a tener. Esto cesa eventualmente la subjetividad de los humanos que se vuelven una réplica imperfecta de aquello que crearon. Al crear máquinas que convengan con lo previamente pensado por el humano, pero que realicen el proceso de forma más eficiente, pragmatiza el pensamiento humano hacia un sistema de progreso redundante donde lo único nuevo que se puede obtener es lo mismo que ya se había pensado o hecho. De inicio, las computadoras habrían permitido aliviar el pensamiento banal de los seres vivientes para que estos desarrollaran libertad de pensamiento en el saber implícito, pero no lo pueden realizar por ser presas de su misma creación que reitera en el pensamiento preconcebido.
Kant, menciona Adorno, crea la idea de espontaneidad al pensar en un concepto estrictamente subjetivo que aparece al abstraer las reglas del pensar objetivo. El pensar es una actividad que si se realiza distanciando el objeto del sujeto puede permitir la creación de un concepto espontáneo, novedoso, original. Pero todo esto es una ilusión, al final todo se traduce como un pensamiento en relación con el mundo ya constituido y por tanto la profundidad de este pensamiento es absolutamente pasiva. La espontaneidad es por tanto la unidad de la conciencia subjetiva y personal. “Mi” representación del mundo hecha por un “yo” personal es insustituible por la de cualquier otro. Con esta percepción, el simple hecho de decir “yo pienso” se convierte en algo pasivo y no en una reflexión crítica y activa de lo que es “mío”. El pensar no sería más que un aspecto de la espontaneidad, lo que hace está ya constituido en el mundo de las cosas. Todo lo que pensamos, en la subjetividad, no sería posible si no estuviera ligado de alguna forma a lo que no es el pensar, es decir, a las cosas en el mundo del objeto. Incluso la objetividad, para Adorno, la verdad de los pensamientos en su forma más metódica y alejada del sujeto, depende de la relación que uno mismo tiene con el objeto. Si el pensamiento filosófico pudiera llegar a considerarse subjetivamente, se mantendría enfrentado y conducido por las reglas de la lógica. Pero el pensar como acto subjetivo debería abandonar a las cosas para que se realizara con un idealismo constitutivo.
El pensar, entonces, se puede considerar como una acción, un modo de comportamiento que requiere necesariamente de la referencia a la cual se está relacionando. Al momento activo del comportamiento Adorno lo llama concentración. La concentración se resiste a distraerse de la cosa y se mantiene ligada a éste lo más astringentemente posible a otras cosas que lo regresen al momento pasivo del pensamiento. La concentración permite al pensamiento productivo despojarse de lo preconstruído, no se sustrae nada de la cosa si no que la cosa se ofrece al sujeto. A esto, Adorno, es a lo que llama inspiración artística. La ciencia le exige al sujeto que se excluya buscando la preponderancia de la cosa previamente admitida. La filosofía se opone a esto y admite que el pensar no se reduce al método, y mucho menos a uno que encuentra la verdad suprimiendo al sujeto. La filosofía debe buscar formar parte de la cosa y en dado caso, lograr desaparecer en ella no a cambio de ella.
Pero la clave tampoco está en sentarse en un sillón a pensar y escuchar tus pensamientos. Esto sólo sería una presunta e ingenua pureza de pensamiento que terminaría por contaminarse si no por un objeto, si por el ensimismamiento indeterminado que se tiene. En la actualidad, en algunos casos se cree que la filosofía se debe ejercer y pensar desde uno mismo. Se han erigido academias de meditación que permiten el advenimiento del pensamiento desde lo personal. Estas academias intentan suplir las ideas prácticas del pensamiento preestablecido y que se representaron previamente en este ensayo como la idea de las máquinas autónomas. Es cierto que la praxis, sin contemplación y reflexión, degenera los conceptos y la generación de estos. Pero la meditación como una esfera alejada de la praxis no es mejor. Se desvincula de la sociedad y elimina el pensamiento real para convertirse sólo en un sistema personal de actividad pasiva. La reflexión sirve por tanto como una concentración expansiva. No es una concentración pasiva que se mantiene dentro de sí misma, al contrario. Considera su cosa, clara y específicamente, y sobrepasa lo pensado previamente para, así, disolver el círculo del pensamiento al que se había fijado la cosa. La reflexión filosófica rompe el proceso del discurso y la ligación entre el objeto y el sujeto que previamente se pensaba inseparable en el pensar. Las ideas verdaderas se renuevan.
El pensamiento filosófico no busca, como lo hace la ciencia, una reducción o un resultado a través de un proceso. Para nada pueden existir retrotracciones del pensamiento filosófico a una mera conclusión final. Pensar filosóficamente debe representar un pensamiento intermitente interferido por lo que no es pensamiento. Se debe evitar un pensar riguroso y escapar y resistir a lo previamente pensado. Se necesita de valentía y riesgo para examinar todo lo que se quiere sin recaer en lo que ya está de entrada predeterminado por un pensamiento no pensado filosóficamente. Siempre debe de tener presente la posibilidad de error para conseguir una verdad objetiva que no pueda ser sofocada por el pensamiento innato que recae en estupidez; en eso reside su autonomía. La estupidez no es la simple ausencia de pensamiento sino lo que queda en el sujeto por no realizar un pensamiento. Adorno, hace alusión incluso al dicho de Nietzsche de “Vivir peligrosamente” a lo que el expresa como “pensar peligrosamente”. Este pensar de forma peligrosa es no retroceder ante la experiencia de la cosa en la que se está pensando, es no dejarse atar por consensos de lo que ya está pensado.
Pero también se requiere que la filosofía, a pesar de hacerse en completa autonomía, siga en estrecho contacto con los problemas planteados, con los objetos sobre los que se reflexiona. Los resultados los obtiene durante o previo al pensamiento y no en forma de conclusión final. El pensar filosófico debe ser suficientemente crítico y no más ni menos. Pero también debe ser crítico ante sí mismo. El pensador filosófico debe corroborar su experiencia mental con la razón, pero su racionalidad va más allá de la racionalización, no sólo debe surgir sobre una codificación ya dispuesta sino con objetivación del pensamiento. Esto se puede dar porque el pensamiento filosófico no se da en pensar lo que se piensa y porque se piensa, sino, ante todo, en la formulación del problema que se piensa, en la problematización de la cosa, del objeto y, por tanto, del sujeto que la piensa.
Cuando el pensamiento está buscando su originalidad sortea la necesidad de utilizar un método de pensamiento sistemático, pero como menciona Adorno aludiendo a Benjamin, también el pensamiento filosófico necesita de un método de ignorancia sistemática. Incluso cuando se dice “yo no pienso”, también se está pensando. Pero es necesario que se tenga una interpretación y crítica para llegar a la objetividad del pensamiento. Las tareas del pensamiento no deben ser impuestas, deben imponerse en su autonomía. Un pensamiento de novato sería dividir el trabajo mental entre el que piensa de forma metódica y el que lo hace con rumbo propio. El verdadero pensamiento deberá respetar esta relación, entenderla y trascenderla utilizándola para su propio entendimiento que lograría superar al fin el pensamiento preestablecido. El pensamiento filosófico se encontrará realmente no cuando se libere de su objeto si no cuando en su libertad de pensamiento, se libere de la maldición de trabajo mental metódico o desordenado, del trabajo en sí, y por fin pueda descansar sobreponiéndose e impregnándose en su objeto.



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